Jacinda Ardern, liderar con empatía

Ana Changuín Vélez

Con un mensaje muy emotivo, Jacinda Ardern se despidió de su cargo de primera ministra de Nueva Zelanda, con la única justificación de pasar más tiempo con la familia y luego de reconocer que ya no tiene la suficiente energía para hacer bien el trabajo. Con su salida, puso fin a uno de los mandatos más complejos de su país, pues durante su gestión enfrentó duros episodios con la pandemia Covid-19, atentados terroristas y varios desastres naturales.

El brillo de Ardern empezó cuando llegó a la presidencia de Nueva Zelanda embarazada, y más tarde con su bebé en brazos durante sesiones de la Asamblea de las Naciones Unidas. Sus respuestas empáticas con la población y también su firmeza ante actos terroristas y supremacistas blancos la ubicaron como uno de los perfiles políticos más llamativos para la comunidad internacional en los últimos años. Ardern incluso fue mencionada como opción para un eventual Premio Nobel de la Paz y durante la pandemia se habló de ella por su manejo en la crisis, junto a ejemplos destacados como Ángela Merkel y Tsai Ing-wen, de Taiwán.

Pero tras su estilo sensible siempre se mostró altamente resolutiva. Por ejemplo cuando tuvo que enfrentar atentados terroristas y lideró reformas para endurecer la posesión de armas; inclusive logró que el Parlamento prohibiera las armas semiautomáticas. No conforme con eso,  consiguió impulsar una importante iniciativa para presionar a Facebook, red social donde terroristas habían retransmitido en directo sus crímenes. También es cierto que la popularidad de Jacinda descendió en los últimos meses. Una situación que ella atribuyó al precio que su gobierno había pagado por mantener a la población a salvo del Covid. Esto se suma a una crisis del costo de la vida, temores por la inseguridad y una acumulación de promesas electorales aplazadas por la pandemia.

Es apenas natural que una renuncia cause curiosidad e incluso cierta incomprensión; por eso resalto la valentía de la ex primera ministra al reconocer vulnerabilidad y su necesidad de dedicar más tiempo a otras actividades. También sus declaraciones sobre la bondad, y cómo ese valor puede ser parte de un liderazgo fuerte, diferente al rudo estilo del macho al que estamos acostumbrados.

La experiencia de Ardern me lleva a pensar en las autoridades seccionales electas en este 2023: 42 alcaldías y 7 prefecturas estarán a cargo de mujeres. Esto, contrario a lo que ocurrió en el 2019, en donde resultaron electas 18 alcaldesas y 4 perfectas. Hoy, ellas deberán enfrentar el duro reto de hacer política en una sociedad desigual. Es ahí, donde el ejemplo de Ardern puede inspirarnos y brindarnos herramientas en la difícil tarea del servicio público.

Lejos de ser un personaje perfecto, la gestión de Jacinda Ardern nos permite ver, en una era de groseras figuras políticas, que una mujer empática y centrada puede lograr grandes objetivos para su país, y que también, si así lo decide, puede dar un paso al costado de forma digna.

Buen viento y buena mar, Jacinda Ardern.