Hora de despertar, de sacudirse

La pandemia nos relajó a todos; lo hizo con los estudiantes universitarios que llegaron a escuchar sus clases como oír la radio, alternando con sus redes sociales o con los últimos sueños de la mañana; con los trabajadores que en la virtualidad se acomodaron a servirse sus alimentos a la par de sus labores; y, desde luego, relajó a los empresarios, que rompieron todo horario y en línea olvidaron tiempo y espacio, llegando a cargar de trabajo de sol a sol a sus empleados.

Mucha gente embodegó sus ropas en los closets y vivió en pijama día y noche, o quizá en calentador; también los zapatos fueron reemplazados por un par de chancletas para todos los días.

Somos sobrevivientes de una época muy dura, en la que nos constó la muerte de familiares y de tantos conocidos que todavía pudieron vivir, a no ser por la pandemia que no respetó a nadie.

En este panorama complicado, en el que las familias tuvieron que encontrarse en el confinamiento, aprender a convivir con sus vicios y virtudes, no sabíamos el momento en que las mascarillas iban a pasar a ser un recuerdo y, ahora parece que se acerca su fin y con él un negocio lucrativo para los fabricantes.

En un momento determinado, las vacunas eran un mito y nos aterraba la posibilidad del contagio. Millones de litros de alcohol se usaron para frotarse las manos, asperjar el ambiente, en fin,  todo en el intento de protección.

Y ahora, cuando parece que la salubridad realmente se recompone, cuando a más del Covid-19 nos habíamos librado también de los revolucionarios del siglo XXI, el país parece estancado sin salida, como encerrado en un largo, estrecho y oscuro túnel, en el que no se divisa la luz al fin de la oquedad.

Lasso no puede seguir culpando a sus predecesores —que seguro despilfarraron las arcas fiscales, y no fueron querubines— porque él los había batallado en otras campañas anteriores en pos del sillón presidencial. Es de suponer que sabía a dónde entraba y en qué condiciones no favorables quedaba el país.

Ya es hora de poner frenos y tomar medidas en favor de la Patria. El gobierno ha pasado mucho tiempo tratando de subsanar males políticos irremediables y eso ha ahondado los problemas porque los políticos son incorregiblemente egoístas y, en algunos casos, aun ignorantes de su propia corrupción. Se ha llegado a un estado de vida en el que todo lo que es deshonestidad y antitética es normal, parte de la vida, un acontecer más, y por tanto es justificable.

Tal vez estamos ante una sociedad totalmente ligera de pensamiento y carente de valores, en la que lo único importante es el egocentrista objetivo de “triunfar individualmente”, aun a costa del perjuicio al resto. Si el gobierno sigue dormido, será como el refrán popular que dice: “camarón que se duerme se lo lleva la corriente”.