¿Hacia dónde vamos?

Cuando la Asamblea se convierte en el espacio de menor confianza y aprobación, la pregunta inevitable es: ¿hacia dónde vamos? El Legislativo representa la primera función del Estado y es el espacio donde se orienta la vida económica, política y social de toda la población, debido a la magnitud de las decisiones que ahí toman los asambleístas. Por tanto, una mala calidad de representación en la Asamblea produce un desastre de inusitadas consecuencias en todo el país. Todos los días vemos estas escenas en capítulos, unos son más deprimentes que otros.

Esto no quiere decir que las anteriores legislaturas eran una maravilla, pero sí que la descomposición es acelerada por la conjunción de varios motivos: fragmentación al interior de los bloques, intereses evidenciados en casos de corrupción, el afán de convertir al Estado en un emprendimiento, pésima selección de los cuadros en los partidos, incoherencias de los asambleístas entre los discursos y las decisiones, amarres y más amarres. También hay una alta dosis de responsabilidad de la ciudadanía, pues cada vez elige peor.

Por otra parte, con el cuento del fin de las ideologías, no hay conceptos claros, consignas precisas ni programas definidos en los bloques de la Asamblea. Apenas se discuten ideas clichés y eslóganes de campaña sin ninguna profundidad. Hay que volver a las discusiones profundas para justificar las decisiones de los partidos en cada votación. Ahora todo se resuelve con la foto para el Facebook y el mensaje en TikTok. Por ahí, no se solucionan los problemas.

Esperamos decisiones oportunas y claras de la Asamblea acerca de la Ley de Extinción de Dominio, las reformas a la seguridad social, lo propio para la Ley de Educación Superior, una ley orgánica para combatir la desnutrición crónica infantil, un debate serio para el tema laboral, pero que no sirva el Legislativo para negociar impunidad a cambio de ocultar la corrupción que la consolida. Arduo trabajo tiene una Asamblea tan desgastada, porque la gente ya perdió hasta la fe. Y eso sí es grave en nuestra cultura política.