¡Good bye, Lasso!

Kléber Mantilla Cisneros

Nada o poco de lo que se ofreció en campaña cumplió. El paso chueco de Guillermo Lasso está asociado a negligencia, improvisación e inutilidad. No por el escándalo de su cuñado vinculado a la mafia albanesa y el entramado grotesco de contratos de las empresas públicas, que pronto le obligó a optar por elecciones anticipadas, más bien por su falta de palabra. Jamás la ciudadanía perdió tan rápido la confianza en un gobernante; quien pactó, desde su primer día, con el socialcristianismo y el correísmo gangsteril para ocultar los hilos de la corrupción y extralimitar la impunidad de la justicia. No demostró que el narcotráfico habría financiado las protestas sociales ni desmontó a sus supuestos conspiradores. Al contrario, el neo-correísmo de bandoleros salió avante.

Lasso aún no culmina; pero, cada día en el poder, parece catastrófico. Estos días, Petroecuador derramó 1.200 barriles de crudo en las playas turísticas de Esmeraldas. Una mancha negra recorrió kilómetros de mar destruyendo ecosistemas y paralizando la pesca artesanal. Un látigo que castiga a compatriotas ya empobrecidos; hace poco, por severas inundaciones y temblores; hoy, con el encarecimiento de alimentos. Así las cosas, una paradoja ambiental ocurre ante nuestros ojos. Más cínica que la deportiva y el debut de Leonel Messi en Miami; sin vislumbrar, a unas cuadras, sus cuentas en paraísos fiscales.

Con candidatos fumando marihuana y besando al que pasa, el punto de referencia del lassismo final, núcleo unificador del mal candidato, gira en torno al fraude electoral científico. Las gravísimas consecuencias de permitir a alcaldías y prefecturas realizar proselitismo, el uso de un sistema informático engañoso; muertos inscritos en un portal web electoral y la demora tozuda en la impresión de papeletas. Pues, un fraude irrumpe la transición democrática; pero, la hipocresía de los grandes medios, convencionales y oficiales, no se atreve a mencionar. De hecho, la ineptitud puede resultar más cruel que lo delictivo del crimen organizado. ¿No les causa risa mantener un Consejo de Participación Ciudadana depravado y un Consejo de la Judicatura putrefacto, conducidos por dos alférez de la mafia? ¿Y, Lasso, sin despeinarse, no dijo que los aniquilaría?

Por fortuna, las mentiras de Lasso tienen antídoto. La banalización de la ‘venta del Banco del Pacífico’ podría ser parte de la reingeniería del IESS; la filtración de documentos, que exponen la riqueza oculta de multimillonarios llamada Pandora Papers, podría servir para cobrar nuevos impuestos locales; el derroche de viajes fatuos con la venta de aviones y limosinas innecesarios se cubriría; hasta la miopía de mantener la oclocracia de embajadores, mandos medios y rectores universitarios del correato impostor podría desaparecer con otro presidente. ¡Hasta nunca! ¡Good bye, Lasso!

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