Yo tengo el poder

Gonzalo Ordóñez

Skeletor, el villano de la serie de televisión “He – Man y los masters del universo”, era líder del consejo del mal que buscaba el control de los habitantes de Eternia, pero fuerzas del bien consiguieron encerrar al consejo detrás de un muro místico.

El castillo de Grayskull, con su diseño en forma de calavera, concentraba el poder de los Ancestros que el príncipe Adam estaba destinado a recibir a través de la famosa espada mágica, algo que sucede cuando cumple 16 años y es llamado por la hechicera del castillo para proteger a Eternia.

Cuando Adam empuñaba la espada exclamaba: «Por el poder de Grayskull… ¡Yo tengo el poder!» y se convertía en el guerrero He-Man.

¿Por qué resultan fascinantes estas historias que suelen hablar de lo mismo, villanos tratando de lograr el dominio y héroes salvadores? Porque nuestros cerebros fueron diseñados para interpretar el mundo a través de historias, es la manera más sencilla de recordar algo y contarlo a otros seres humanos, además, nos hacen parte de algo superior a nuestra frágil individualidad a través de ideas, valores y emociones que compartimos como grupos, pueblos o naciones.

Por eso los villanos tratan de apropiarse de los relatos; el mayor fabulador de historias sin duda fue Hitler, cuando los Aliados descubrieron los primeros campos de concentración, los vecinos de la zona apenas se enteraban de que ocurrió un holocausto mientras, ellos vivían el sueño de grandeza de Alemania. Los villanos son difíciles de descubrir pues en su historia siempre son los héroes que acaban con los enemigos.

Los verdaderos enemigos son nuestras carencias, utilizadas como herramientas políticas, esa infinita sed de castigo a los que no piensan como nosotros para compensar nuestras pequeñeces humanas: la envidia, el egoísmo, el resentimiento, el miedo y la ira producen las mejores historias y los malvados lo saben.

El 4 de abril un sicario, de 28 años, que intentó asesinar a un terrorista de alias “Frenillo”, cuando salía del complejo judicial Valdivia en Guayaquil, fue herido por miembros de una banda enemiga. Un misionero se acercó y sostuvo su cabeza con la mano mientras, el sicario repetía, la oración: “Señor, Dios, perdona mis pecados, te acepto como mi salvador, dame la mano, no me dejes”. Murió.

El poder y las historias se mezclan. Matar a una persona supone demasiado poder, la capacidad de controlar la existencia de alguien. Una historia otorga justificación y fuerza al sicario, puedo imaginar la historia que se contaba a sí mismo: “es mi trabajo, es por mi familia. El hombre es mi enemigo, no vale nada es un perro”.

¿Cuál es la historia detrás de los grupos políticos que intentan controlar la Fiscalía que resulta ser cómo el castillo Grayskull? Lo racional sería que nadie la controle, para asegurar la imparcialidad, porque en el futuro puede tocarle el turno al bando contrario. La respuesta es el poder de la tribu. Si usted es miembro de una tribu también es parte de su historia, la repite y asume como la verdad: “hay que tumbar a la Fiscal porque así se protege a sus líderes y al Ecuador mismo”. Por supuesto no existen otras verdades, no es posible el consenso entre diversas posturas, la tribu que gana se queda con el control de Eternia y por lo tanto de sus habitantes.

El poder es gozoso, produce una sensación de estabilidad pura que nace del control, pero cuesta la piel, como a Skeletor, una bella metáfora de cómo el poder destruye a la persona, porque la vida se nutre del cambio y la convivencia.

La tarea del héroe es devolver la capacidad, a los habitantes de Eternia, de ser parte de una historia colectiva basada en la paz. Eso significa “yo tengo el poder”.