El primer derecho

carlos-freile-columnista-diario-la-hora

Carlos Freile

Nuestra Constitución, tan sui géneris, establece que el Ecuador es un Estado de derechos; dejo de lado las trampas escondidas detrás de este enunciado para referirme al primer derecho de todos los ciudadanos de un país: el derecho a ser bien gobernados, como dijera algún analista español. Contra lo que algunos podrían suponer, este derecho obliga a todos los poderes del Estado, no solo al Ejecutivo. Nuestra historia se ha desbordado de rivalidades estériles entre presidentes y legisladores, con la destructiva colaboración de jueces y consejeros electorales; muchos de ellos se han encargado de impedir de manera sistemática y maniática la labor de los otros con el fin de lograr ventajas individuales o sectoriales con desmedro trágico de ese primer derecho, han obrado con total desparpajo y sinvergüencería contra el bien común. Hemos sufrido a políticos de estatura moral minúscula, carentes crónicos de amor a la Patria (¿qué es eso? ¿con qué se come?), incorregibles en su cortedad de miras.

Junto a ese primer derecho de los ciudadanos debemos colocar el derecho de los gobernantes a gobernar: sobre todo de quienes dirigen el poder ejecutivo en un país republicano, unitario, representativo y presidencialista.

Ya es hora de que nuestra casta política, en expresión de Milei, piense en primer lugar  en el bien común de todos los habitantes de este triste espacio de tierra llamado Ecuador. Toda esa caterva de ilustres desconocidos ignorantes deben dejar de lado sus intereses bastardos y poner el hombro para salvar los muebles nacionales. Es el momento de la unión, del acuerdo, pues para mañana es tarde; déjense de maniobras meretricias tendientes a beneficiarse con detrimento de todos los demás. Necesitamos una revolución copernicana en la forma de hacer política: que el centro de interés no sea el yo de un caudillo descentrado sino la comunidad entera. Dice la sabiduría bíblica que “todo reino dividido perecerá” y la popular añade que “a río revuelto, ganancia de pescadores”.

La gente común, usted y su vecino, este viejo soñador de utopías y sus amigos, debemos unir nuestras voces para pedir unión, colaboración con quien dirige este barco en constante síndrome de naufragio, paciencia, sí, mucha paciencia, para darle al piloto tiempo para tomar un rumbo y no exigir que “se tome Zamora en una hora”. La obra bien hecha no surge del apresuramiento sino de la paciencia constructiva, como enseñó Ernesto Sábato.