Los fanáticos

Francisco Jiménez

“Nunca se sabe si un hombre que se dispone a hablar estará inspirado por el espíritu o por la locura”, afirmaba François Marie Arouet –más conocido como Voltaire– en su ‘Epistolario inglés’. Voltaire, uno de los grandes pensadores de la Ilustración, era un acérrimo enemigo de todo tipo de fanatismo y en ocasiones pagó con la prisión y el destierro su pensamiento racionalista. Su prolífica obra nos enseña, entre otras cosas, que cuando se trata de la cosa pública no hay nada peor que entregar semejante menester a los fanáticos.

El fanático tiende a creerse que es la reserva moral de un país y que cualquiera que contradiga sus ‘diktats’ es un traidor. El fanático es más bien taimado y obscuro en su comportamiento privado, pero exigente y grandilocuente en sus diatribas públicas. En muchos casos no ha salido siquiera de su metro cuadrado, pero considera conocerlo todo en materia de naturaleza y sociedades humanas. No le gusta recorrer ni mezclarse con la gente, pero se siente autorizado a pontificar ante ellos.

Llevado a administrar las cosas del Estado es amante de las soluciones radicales y tajantes, sin hacer siquiera una mínima valoración de los recursos propios y ajenos, menos aún ponderar, reflexionar y luego decidir, pues además piensa que las instituciones no existen. Escudado en el anonimato, las redes le proporcionan un gran campo para moverse. Allí son felices, esparcen rumores, exponen medias verdades, exudan odios y pasiones inconfesables, y con eso buscan polarizar a la sociedad, porque en esa polarización se nutren y erigen como salvadores. Nada más peligroso que esto para un país.

Si John F. Kennedy se hubiera dejado llevar por los fanáticos que pululaban en su administración, en particular en la Crisis de los Misiles, lo que hoy conocemos por humanidad probablemente no existiría. Tal vez por eso se afirma hasta el día de hoy que Winston Churchill, quien sabe si refiriéndose a algún político fanático, dijo alguna vez con desdén: “tiene todas las virtudes que detesto y ninguno de los vicios que admiro”.