El reto de la institucionalidad

Es claro que en Ecuador vivimos nuevos tiempos, no necesariamente por el cambio de gobierno. El país ya venía experimentando un periodo de transición, silencioso pero especialmente evidente durante las últimas elecciones, en las cuales Guillermo Lasso fue proclamado presidente constitucional del país, en contraste con las elecciones presidenciales de hace cuatro años, en las que reinó la desconfianza política y ciudadana.

El expresidente Lenín Moreno ejerció el poder de una forma distinta a la de su predecesor, permitiendo que las instituciones fuera del Ejecutivo pudieran formar sus criterios y tomar sus decisiones sin injerencia. Recobraron paulatinamente una independencia que logró honrar y reflejar transparentemente la decisión ciudadana en las últimas elecciones.

Desafortunadamente, la independencia es condición necesaria, pero no suficiente. Hoy el reto es la institucionalidad. El país ha sufrido demasiado la dinámica de reinventarse cada periodo gubernamental, de dar un paso para delante y retroceder dos o tres. Es momento de dejar de pensar en el presidente como un refundador de la República y verlo como lo que es: un gobernante temporal y transicional que debe rendir cuentas a las generaciones de ecuatorianos que seguiremos aquí por mucho más tiempo.

 El mejor legado que el presidente Lasso puede dejarle al país es la continuidad: robustecer el Estado de Derecho, trabajar en la institucionalidad del Ejecutivo e incentivarla para las demás funciones del Estado, fortalecer las políticas públicas de sus antecesores que hayan sido acertadas y sentar nuevas políticas pensando a largo plazo.

Ecuador merece tener instituciones serias, formales y técnicas, que diseñen e implementen políticas de Estado sin el riesgo de la discrecionalidad burocrática. No es una tarea fácil, pero vale la pena. Solo así podremos construir un mejor gobierno, un mejor Estado y un mejor futuro.