La conferencia sustentada por Joseph Ernest Renan en La Sorbona, en el siglo XIX, trascendió hasta la actualidad, por ello se acude a esta referencia en las enseñanzas universitarias, especialmente en Ciencias Sociales, Políticas e Internacionales.
El escritor y académico francés se refirió a la conciencia de nación, a ese principio espiritual, “plebiscito diario” de pertenencia, afianzado en el pasado común y la esperanza de continuar en el futuro compartiendo juntos la identidad, los recíprocos y convergentes anhelos de convivencia, incentivados por el pretérito cimentador del porvenir.
Bajo esta concepción mental, que involucra arraigados sentimientos, existen las naciones y se proyectan hacia el desarrollo, para evitar los factores adversos que tratan de menoscabarlas, como la falta de autoestima, el prejuicio para lo propio, el desánimo que generan los malos y corruptos dirigentes, la división que tiene en el regionalismo su punta de lanza.
El amor a la Patria, la cohesión y el orgullo nacionales, el sentido de pertenencia, no deben faltar en los ciudadanos, por ello es imprescindible inculcar, a nivel individual y colectivo, nobles sentimientos dirigidos a la concordia y prosperidad de los países. En estos derroteros, el ejemplo de los líderes se vuelve sustancial, a fin de que no prevalezcan el derrotismo, la tendencia a la negatividad, la fuerza que aniquila sueños y realizaciones edificantes.
Ramiro de Maeztu aseveró que la Patria es espíritu, “valor o acumulación de valores, con los que se enlaza a los hijos de un territorio”. Yo llamo a ese espíritu el alma colectiva, territorio vital y florecido en el interior del ser humano primeramente, que tiene que ser refrescado con valores y principios de civismo, para que no le llegue la erosión y ofrezca los mejores frutos.