Rosalía Arteaga Serrano
He escrito en muy pocas oportunidades sobre fútbol. Sin embargo, quiero hacerlo ahora para rendir mi homenaje a una estrella del fútbol brasileño y mundial, a un ícono de este deporte, a alguien a quien muchas veces se ha clasificado como un rey, me refiero a Pelé, nacido en un hogar muy humilde con el nombre de Edson Arantes do Nascimento.
Pelé nació en el estado de Minas Gerais y desde una niñez con muchas carencias económicas trabajó como lustrabotas hasta que consiguió llamar la atención de los equipos de fútbol de las divisiones inferiores, y aparecer y elevarse como estrella del fútbol de primera división.
Hay mucho trabajo en la historia de Pelé, considerado por muchos como el mejor jugador de todos los tiempos, con una dilatada carrera que le llevó a innumerables triunfos que cimentaron la fama del Brasil dentro de esta disciplina deportiva.
Pero yo diría que además del trabajo de Pelé en el ámbito del fútbol, nos encontramos con una figura prístina, amable, no involucrado en escándalos, con algunas apariciones en el cine o en el mundo de la música, o inclusive en la política, como Ministro del Deporte de su país, uno de los impulsadores de aquello que se llamó el ‘jogo bonito’, un juego inteligente que va más allá de la brusquedad que algunos le imprimen a este deporte.
Pelé ha sido ídolo de multitudes. Su fama rebasó los continentes, las lenguas, los países; se mantuvo incólume, a diferencia de otros que mancharon su carrera con escándalos y acciones no dignas de una estrella inspiradora. Por ello, ahora que ya no está en este mundo, con absoluta seguridad la fama de Pelé seguirá su ritmo ascendente, como la figura mítica por excelencia del fútbol mundial.
Los homenajes se suceden y seguirán en el tiempo. Se extrañará su figura y su talante en este deporte mundial que mueve y apasiona a multitudes.