Destellos de una sociedad enferma

Las instituciones y las personas responden a los mundos que las rodean. La ola de violencia, la criminalidad y el absurdo consumismo de estos tiempos, son una especie de norte aberrante de la humanidad actual.

La honestidad como sinónimo de tontería o la amabilidad y el respeto como signos de debilidad, son designios de una sociedad perversa que valora a las personas por lo que tienen, nunca por lo que son. El éxito es medido por el dinero, no por el pensamiento. El esfuerzo para lograr algo es menospreciado cuando la picardía se impone y logra en tiempos record lo imposible. ¿Qué valoramos como sociedad del siglo XXI? ¿A dónde apuntamos, qué parámetros tenemos como modelo de vida o en quién pensamos como ejemplo a seguir?

La muerte, los asesinatos, el crimen organizado de las narco novelas, como productos de ficción presentadas en las pantallas chicas, son realidades en nuestras calles. La vida humana  no vale nada, desde 50 dólares para los sicarios más baratos. Los reality shows se quedan cortos porque no logran llamar la atención de los públicos, salvo que se exacerbe el sexo a planos pornográficos o la infidelidad a la trivialidad de la noticia de farándula.

Los asesinatos, el feminicidio, la violación, la trata de personas, el coyotaje, son el pan del día de las ciudades del país y el mundo; pero que se sucedan en el lugar en el que se educan a los encargados de velar por el orden y la seguridad ciudadana, en el centro de formación de oficiales de policía, evidencian una sociedad enferma y caótica en grado máximo.

La justicia tendrá que hacer su papel en este crimen que nos ha conmocionado, pero, más allá del ejemplar castigo al criminal y a los involucrados por complicidad u omisión, deberá redefinirse el papel de la institución policial y sus miembros —en general, pero de las Fuerzas Armadas también—, porque los momentos y las amenazas a la seguridad de la nación y a una vida pacífica ya no están solamente en el mantenimiento de la heredad territorial, sino que han surgido nuevos actores y escenarios, posiblemente más peligrosos que los tradicionales enemigos, como aprendieron nuestros soldados.

Los altos mandos son tentados por los tentáculos del narcotráfico y cuando se ha hablado de “narco generales”, no ha pasado nada; en el corazón de la milicia y la policía no se ha determinado ciertamente quiénes están deshonrando el uniforme y sirviendo al crimen organizado en lugar de a su Patria.

La existencia de las instituciones públicas y sus miembros debe ser transparente, pero fundamentalmente la de los policías, encargados de velar por el orden, la seguridad ciudadana y el combate a la delincuencia, razones mayores para intervenirla inmediatamente hasta reorganizarla y depurarla.