Una paz extraña

Daniel Márquez Soares

En medio de todo el caos de los primeros días de enero, la gente olvidó el motivo por el cual ciertas bandas delincuenciales habían desatado el terror. Estaban convencidas de que la huida de José Macías, alias ‘Fito’, así como las detenciones de algunos conocidos prontuariados durante aquellos días, revelaban peligrosas afinidades de parte de ciertos sectores del Estado. Una vez que entró en vigencia el estado de excepción y la declaratoria de ‘conflicto armado interno’, ya poco importaron los motivos de los alzados y menos aún las diferencias que pudiesen existir entre las diferentes bandas.

Sin embargo, lo que ha sucedido en los últimos dos meses amerita, por lo menos, un poco de suspicacia. El descenso en el número de asesinatos ha sido dramático. Igualmente notorias han sido las detenciones —más de 10 mil personas— y la incursión de la fuerza pública en zonas que antes estaban en control de grupos delincuenciales. El volumen de incautaciones de droga en estos dos meses ha sido elevadísimo —muy por encima de los dos años anteriores que ya de por sí eran altos— y ha habido casos de una espectacularidad casi cinematográfica, como aquel en que se capturaron veinte toneladas. Como si todo eso no bastara, la fuerza pública también ha retomado las cárceles y destruido, meticulosamente, todas las redes de almacenamiento y control que tenían allí las bandas.

El problema es que todos esos innegables avances vienen acompañados de otras circunstancias sospechosas. Llama la atención, primeramente, la respuesta casi inexistente de las bandas. Resulta inconcebible que los mismos grupos que reaccionaban, hace pocos años, con bombas y asesinatos aleatorios de policías ante medidas mucho menores, hoy bajen la cabeza tan fácilmente. Igualmente intrigante sigue siendo el escape de ‘Fito’, del que parecería que no habrá responsables, así como la persistencia casi mecánica del Estado ecuatoriano en atacar principalmente a una banda, y su mafia internacional asociada, mientras que de las otras se oye muy poco. Al mismo tiempo, no hay grandes capos detenidos ni grandes casos de desarticulación de redes de lavado, aunque los ciudadanos tengamos que ver a diario excesos inauditos.

Hay cosas que son demasiado grandes como para permanecer en secreto. Es imposible que el crimen organizado haya sido doblegado tan fácilmente. Es probable que estemos apenas ante un momento de repliegue y reordenamiento, a las puertas de una nueva ola. Otra posibilidad real es que estemos, simplemente, ante una mutación definitiva, un escenario en el que, aliados a fuerzas misteriosas, los grupos criminales se convirtieron ya en actores más profundos y, por lo tanto, más discretos. De ser ese el caso, pronto veremos un país muy diferente.