El trabajo por horas y la pasión nacional suicida

Daniel Márquez Soares

El año pasado, al votar por el fin de la explotación petrolera del ITT, el pueblo ecuatoriano cometió un absurdo acto de autoagresión a gran escala. Sin embargo, para no dar pie a la amargura, uno puede encontrar con facilidad argumentos que permiten darle al país el beneficio de la duda. Primero que nada, existe un abrumador adoctrinamiento ambiental que, desde hace ya varias décadas, se apoderó del sistema educativo y ha dejado su impronta en la mente de todo ecuatoriano. Segundo, en Ecuador no se había trabajado mucho en crear conciencia de la importancia de la energía para el desarrollo y la prosperidad. Por último, se trataba, ya de por sí, de un tema complejo, que cuando además se lo llevó al campo financiero y del derecho petrolero terminó convertido en algo incomprensible. Quizás fue esa confusión, y no un inexplicable ánimo autodestructivo, lo que llevó a los ecuatorianos a votar en contra de su bienestar, su progreso y su futuro.

Sin embargo, si este domingo los ecuatorianos deciden votar en contra del trabajo por horas, podemos afirmar, sin el más mínimo miedo a equivocarnos, que estamos ante un pueblo masoquista y suicida, o, peor, cognitivamente incapaz de entender lo que es bueno para sí mismo.

La mayoría de los ecuatorianos ya está trabajando de forma dolorosamente precaria. La economía no crece ni crecerá a mediano plazo, por lo que es absurdo, ridículamente iluso, creer que se generarán nuevos empleos “de calidad”, como los que exige el actual Código de Trabajo. El trabajo por horas significa una inmensa oportunidad para la gran masa de ecuatorianos en edad de trabajar y un paso en dirección al único elemento que en verdad propiciaría una gran transformación positiva de nuestra economía: una profunda reforma laboral liberalizadora. Si se aprueba y se implementa el trabajo por horas, tendrá éxito; con ello, le perderemos el miedo a cambios de ese tipo y avanzaremos con nuevas reformas.

Pero, ¿qué pasa si la gente vota en contra? En ese caso, habrá que aceptar la dolorosa posibilidad de que los ecuatorianos estemos irremediablemente enfermos, enamorados de nuestra propia desgracia y comprometidos con nuestro hundimiento.