Cleptopianos y cleptócratas

Parece un libro escrito en Ecuador, sobre todo en estos tiempos en los que nos hemos acostumbrado a que cada par de semanas reviente, cuan absceso purulento, un nuevo escándalo de robo de fondos públicos. Como dice Burgis, lo único peor que una dictadura cleptocrática es una democracia cleptocrática; en ella hay mucha más gente que exige tajada y, como es más difícil encarcelar o eliminar a tantos, el caos es aun mayor.

El libro advierte sobre la ingenuidad de creer que la corrupción es como una gripe que se cura con el tiempo; al contrario, es una dolencia que genera cambios permanentes en el sistema. Echa a andar un sistema que se perpetúa; los corruptos convierten su poder político en poder económico, que luego necesita volverse nuevamente poder político para protegerse y de ahí otra vez en poder económico para pagar la cuenta del proceso. Ad infinitum. ¿Será que hemos llegado a ese punto ya? ¿O que llevamos ya décadas en él? ¿Siglos?

El autor recuerda que el verdadero valor del dinero sucio no se mide en números, sino en nombres; corromperte te permite saber quiénes más han sido corrompidos. Y destaca que el origen de la corrupción es la desesperanza, la convicción de que el sistema se está hundiendo y que por lo tanto hay que asegurar un botín mientras todavía se pueda.

Cada una de esas observaciones que hace el autor sobre la corrupción permite vislumbrar cuáles son las soluciones. Así, la salida, aunque complicada, es simple y clara. Lamentablemente, simple pero complicado es lo que era ponerle el cascabel al gato.

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