La buena política

César Ulloa

La política no debería plagarse de adjetivos, si en estricto sentido, fuese el ejercicio del poder para mejorar la calidad de vida de las personas, sin embargo, la corrupción y la impunidad por parte de un buen porcentaje de la clase política en nuestro país, la ha disminuido a la mínima expresión. Atraviesa por el mayor descrédito desde la transición a la democracia. Esta situación exige un replanteamiento urgente e impostergable, sin que ello signifique que esta tarea sea exclusiva de los políticos, sino más bien de toda la ciudadanía.

¿De qué se trata la buena política? Es una combinación de ética pública, gestión eficiente y escucha activa hacia la ciudadanía. En otras palabras, honestidad y transparencia en el manejo de los recursos públicos, respeto hacia los demás, agilidad y experticia en los asuntos de Estado y la voluntad de tender un puente con la sociedad para no gobernar desde las nubes o de espaldas al pueblo. Todo ello parecería un ideario, sin embargo, los más altos estándares exigen de los políticos un replanteamiento profundo, intenso y rápido de sus prácticas y concepciones.

Ecuador está sediento de la buena política, pero no solo de aquella que se disputa en las urnas y confunde todo con mercadeo electoral y cosmetología, sino más bien de una propuesta a más largo plazo, en la que intervenga activamente la ciudadanía, sobre todo en la construcción de partidos políticos que tanta falta hacen. Y aunque muchos dicen que la política cambió, no obstante, los elementos esenciales de los partidos siguen siendo la ideología, la formación de cuadros de cara a procesos de profesionalización, un programa de gobierno, democracia interna y mecanismos de financiamiento legales y permanentes.

Por tanto, la política no puede ser una sucesión de escándalos, pleitos, farándula, improvisación, carrera de chequeras, vanidades, impericia y relativismo ético. Lo contrario es la buena política. En cada uno de nosotros está construirla y exigirla para no esperar de los políticos su salvación y reconversión. En tiempos de crisis, la buena política puede ser el antídoto.