Diplomacia de micrófono

César Ulloa

Si las controversias entre los políticos se resolverían en la cancha de los medios de comunicación o en las redes sociales, ¿qué sentido tendrían los mecanismos que se utilizan para solucionar los conflictos en estricto sentido y apego a la diplomacia? Sin embargo, lo lamentable es que cada quien gobierna pensando en una audiencia que premia con “likes” o basurea con comentarios temerarios en cualquier espacio del Twitter, Facebook, Tik Tok, Instragram o lo que venga.

De unos años acá, los grandes anuncios de cualquier gobierno en el mundo se realizan en 150 caracteres como si se tratara de escribir un epitafio o, peor aún, a través de minivídeos que tratan de competir con los espacios bien ganados por los comediantes. Hasta ahora no se entiende, por qué un buen porcentaje de políticos quiere travestirse para proyectar una imagen lejana a su naturaleza: bailan, cantan, se amistan con los animales, aman la naturaleza, abrazan a la gente, cocinan, hacen bromas, pues todo vale para generar rating y votos. Si antes era importante la profesionalización en la política, ahora cobra mayor relevancia amistarse con el Tik Tok.

En su momento, el politólogo Giovanni Sartori habló de la telepolítica, Bernard Manin de la democracia de audiencias y ahora Buy Chul Han nos advierte de la infocracia. Estos autores graficaron la invasión sistemática, sostenida y apabullante de la forma sobre el fondo, de la cáscara sobre el condumio, de lo banal sobre lo importante. En otras palabras, la espectacularización de la política, el maquillaje como sobrevivencia en el mercadeo electoral y la preponderancia de la información basura como circulante y activo de la vida diaria en las redes sociales. La disputa está en quién descifra el algoritmo para cautivar a las audiencias.

Peor aún, no se comprueba casi nada de lo que circula en el WhatsApp. Por tanto, se reproduce el relato como un hecho cierto e incluso irrefutable. La notoriedad que cobran las noticias falsas entierra las pocas voces críticas, porque el espectáculo entretiene, no razona. Entonces, gana terreno el micrófono y queda por fuera la verdadera diplomacia.

Si las controversias entre los políticos se resolverían en la cancha de los medios de comunicación o en las redes sociales, ¿qué sentido tendrían los mecanismos que se utilizan para solucionar los conflictos en estricto sentido y apego a la diplomacia? Sin embargo, lo lamentable es que cada quien gobierna pensando en una audiencia que premia con “likes” o basurea con comentarios temerarios en cualquier espacio del Twitter, Facebook, Tik Tok, Instragram o lo que venga.

De unos años acá, los grandes anuncios de cualquier gobierno en el mundo se realizan en 150 caracteres como si se tratara de escribir un epitafio o, peor aún, a través de minivídeos que tratan de competir con los espacios bien ganados por los comediantes. Hasta ahora no se entiende, por qué un buen porcentaje de políticos quiere travestirse para proyectar una imagen lejana a su naturaleza: bailan, cantan, se amistan con los animales, aman la naturaleza, abrazan a la gente, cocinan, hacen bromas, pues todo vale para generar rating y votos. Si antes era importante la profesionalización en la política, ahora cobra mayor relevancia amistarse con el Tik Tok.

En su momento, el politólogo Giovanni Sartori habló de la telepolítica, Bernard Manin de la democracia de audiencias y ahora Buy Chul Han nos advierte de la infocracia. Estos autores graficaron la invasión sistemática, sostenida y apabullante de la forma sobre el fondo, de la cáscara sobre el condumio, de lo banal sobre lo importante. En otras palabras, la espectacularización de la política, el maquillaje como sobrevivencia en el mercadeo electoral y la preponderancia de la información basura como circulante y activo de la vida diaria en las redes sociales. La disputa está en quién descifra el algoritmo para cautivar a las audiencias.

Peor aún, no se comprueba casi nada de lo que circula en el WhatsApp. Por tanto, se reproduce el relato como un hecho cierto e incluso irrefutable. La notoriedad que cobran las noticias falsas entierra las pocas voces críticas, porque el espectáculo entretiene, no razona. Entonces, gana terreno el micrófono y queda por fuera la verdadera diplomacia.