La vida es riesgo

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Carlos Freile

El público lector corre el peligro de olvidar las otras obras de Saint-Exupéry por reducirse al famoso cuento ‘El Principito’. Sin embargo, no es posible conocer y valorar el conjunto de su manera de ver el mundo sin leerlas. Aunque en el conocido cuento su autor resumió su filosofía de la vida, esta se completa en sus otros escritos. Pongamos un caso: en ‘Ciudadela’ toca uno de sus temas predilectos, la necesidad de arriesgar para que la vida tenga pleno sentido. En el capítulo CIX asienta: “Ciertamente toda cualidad porta los fermentos de su destrucción. La generosidad, el riesgo del parásito que la descorazonará. El pudor, el riesgo de la ingratitud que lo tornará amargo. Mas para sustraerla a los riesgos naturales  de la vida, anhelas un mundo ya muerto. E impides edificar un templo que sea bello por horror a los temblores de tierra que lo destruirían”.

En resumen: querer evitar todo riesgo en la vida es matar la propia vida. Este anhelo cobarde se ha convertido en una de las enfermedades más extendidas en la sociedad occidental, y, dentro de ella, en la ecuatoriana.

Si relacionamos la necesidad de arriesgar con la política nacional constatamos que los líderes políticos desde hace décadas se han empeñado en drogar a la población para hacerle aceptar presentes y futuros esplendorosos sin el paso previo de su conquista y del riesgo de fracasar. Con tristeza debemos reconocer que muchísimos ecuatorianos se han dejado anular a cambio de promesas y dádivas: su flaqueza espiritual les impide luchar por sus objetivos; su quemeimportismo crónico les condena al desconocimiento de nuevos caminos para salir de la perpetua crisis que agobia al país.

Abramos los ojos con dignidad: es preciso reconocer que así como no supimos conservar como pueblo la herencia territorial que nos legaron nuestros mayores, tampoco hemos sido capaces de enfrentar los riesgos para salir de la pobreza y de la injusticia. En verdad “todo inicio rebosa esperanza” (Jürgen Moltmann), pero también “el riesgo es el fundamento de toda novedad” (Patrice Franceschi). Nos hemos dejado adormecer por las comodidades, por el individualismo estéril, por el narcisismo inactivo. Ya es lugar común aceptar que, a nivel mundial, las masas prefieren la seguridad a la libertad. Ya no se asumen riesgos para conquistarla o defenderla, se prefiere claudicar y mirarla como un apéndice no indispensable de la posibilidad de vivir una vida tranquila. Tranquila, pero infame, lastrada por la esclavitud del pesebre.