El síndrome de Esaú

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Carlos Freile

Como están las cosas en nuestras preferencias culturales y sin ánimo de ofender, será conveniente recordar el hecho narrado en el libro del Génesis (25,29-34): Esaú, hijo mayor de Isaac, regresa de una cacería muerto de hambre y le vende a su hermano Jacob la primogenitura a cambio de un plato de lentejas. La primogenitura no significaba solamente el honor, sino los beneficios del poder, de la autoridad y el derecho a los bienes paternos, asuntos cruciales en una sociedad con estructura tribal. Por ello en psicología se ha nominado “síndrome de Esaú” a una auténtica enfermedad mental que lleva al individuo a hacer algo sin tener en cuenta las consecuencias negativas unidas sin remedio a esa acción.

En ciertos casos los resultados de un obrar equivocado derivan en un mal para terceras personas, no para el responsable. Eso lo vemos en la política con enorme frecuencia: se acepta el plato de lentejas de una minúscula (en sentido moral) venganza a cambio de renunciar a dedicar un tiempo valioso a buscar caminos de salida para las crisis nacionales.

Nuestra historia está llena de ‘maletines con lentejas’ para comprar sentencias, votos, decisiones, alianzas, traiciones… que a la larga resultaron nocivas para la mayoría de la población y cuyas consecuencias todavía sufrimos y sufriremos. Pero allí siguen los muertos de hambre en busca de las lentejas del poder, de las riquezas, del placer, de la fama; siguen condenando al pueblo a perder la primogenitura de la justicia, de la paz, del pan, de la salud, de la dignidad, de la esperanza.

Tal vez lo más triste de estos síndromes consista en que los Esaú de turno se sientan orgullosos de haber conseguido sus lentejas, sonrían en las fotos, se den palmaditas mutuas en la espalda (“el asno frota al asno” decían los romanos), a lo mejor consiguen un puestito para quienes sabemos… No se dan cuenta de que por esas misérrimas lentejas han vendido también su honor, si es que alguna vez lo tuvieron. Mientras el país galopa al abismo.

La venta del propio cuerpo recibe el nombre de prostitución, ¿cómo debemos llamar a la venta del espíritu? Pues escribió Calderón que “el honor es patrimonio del alma y el alma solo es de Dios”, saque el amable lector las consecuencias.