Candidatos: ojo al campo

Alfonso Espín Mosquera

Vamos a suponer que sembramos pitahaya, guayaba, guanábana u otra fruta en las entrañas de la tierra tropical y subtropical del Ecuador, o que ingresamos un lote de toretes con miras a engordarlos para en aproximadamente un año venderlos para carne. Todo suena bien, se inician las labores de siembra, luego cultivo, que supone fumigaciones con insecticidas, fungicidas y abonos foliares, también hay que hacer chapias cada cierto tiempo, para limpiar de maleza la plantación. No olvidemos el pago de jornales a razón de 20 dólares diarios por persona o un vaquero para el ganado, con sueldo de al menos 500 mensuales, más la vivienda y el derecho para que siembre a su alrededor y crie aves para su consumo.

Después de las visitas técnicas requeridas a las plantaciones, y de que el tiempo haga su trabajo, dos años, para el caso de la pitahaya, la cosecha está lista y por cada hectárea de plantación hay que pensar en mínimo 3 jornaleros, uno que vaya adelante limpiando las frutas de las espinas y los otros dos cortando las frutas. Esto significará sesenta dólares diarios, sin tomar en cuenta guantes, mascarillas, trajes para que los cosechadores se protejan, y desde luego, las gavetas plásticas, la malla para cubrir las frutas cosechadas y las cortadoras de mano, los cepillos y más utensilios para las labores y finalmente el transporte.

En el caso del ganado, cada dos o tres meses: desparasitación;  vitaminas, vacunas, sal mineral, mangueras para conducir el agua a los diferentes potreros, sobre alimento y, claro, arreglo y cultivo de los pastos; chapias, fumigaciones, abonos; en fin, todas las labores que exige mantener una ganadería.

En los dos casos hay una inversión muy considerable, a la que hay que sumarle alambres gruesos galvanizados en el caso de la primera, así la pitahaya que es una especie de cactus, se colgará y dará frutos. Los alambres van sobre palos, por lo que hay que postear cada 3 metros en hileras interminables y cada año cambiar de postes porque con la lluvia y humedad su pudren.

Si hacemos cuentas, solamente de sueldos en un año se habrá pagado a un vaquero, cuidador del ganado,  seis mil dólares y si eran 40 toretes que costaron 14.000, a 350 c/u y se logran vender en 600 por cabeza, se obtendrá 24.000. Si a este valor le descontamos los catorce de la inversión más los seis del pago al vaquero, restan cuatro mil, como que no cuestan nada las vitaminas y más. ¿Qué le queda al ganadero? En el mejor de los casos 3000 en un año, que dividido para doce es 250 por mes.

En el caso de las frutas, todo está bien hasta llegar a las mafias llamadas ‘exportadoras’, en las que a nombre de calificación de las frutas ellas deciden qué le reciben, siempre y cuando sus compromisos o sus propias plantaciones les permitan, de lo contrario les compran un 20 o 30 por ciento y el resto, como dice el adagio popular: “que les coma el tigre”…

No hay precios de producción. Son las exportadoras y los negociantes de ganado los que imponen los valores, mientras los productores tienen que vender para evitar mayores pérdidas.

Mientras en el Ecuador los gobiernos, de manera seria, no se preocupen de la producción en el campo, los productores estarán a la deriva y las tierras que pudieron ser útiles se quedarán vacías y la gente del lugar aparecerá engrosando los cinturones de miseria en la búsqueda de algún trabajo en las ciudades.