Arrugas del estilo

Alejandro Querejeta

Durante los años del escritor cubano Alejo Carpentier (1904-1980) en Caracas, su colaboración fue copiosa y de alta calidad con el periódico El Nacional. Allí escribió una sección bajo el título ‘Letra y solfa’ que salió por primera vez en 1951. Llegaba a la redacción, se sentaba a la máquina de escribir, y de un tirón elaboraba el texto del día, bien sobre la novela rosa, Proust, Hemingway, la música de Stravinsky, los cuentos de Perrault o algún pintor. Y así día por día, durante más de una década.

En ‘Letra y solfa’ Carpentier mantiene lo vivencial como núcleo a partir del cual se expande el texto y el lenguaje se ve asistido por un léxico enorme y por construcciones sintácticas precisas. Abundan en estos artículos la reflexión, el comentario al pasar, una visión personal y siempre aguda de la realidad.

Carpentier atribuía un valor esencial al dominio que se tuviera del instrumento de trabajo, es decir, del lenguaje, en particular cuando se disponía de un idioma que gustaba calificar de espléndido, que ofrece la oportunidad de «jugar con la frase, con los verbos, de verbalizar sustantivos… Vivimos tiempos de trabajo, de rigor, de responsabilidad en cuanto a la adopción de técnicas, a la defensa de ciertos principios, al mantenimiento de cierta libertad de creación, que excluye todo desorden», precisó al referirse a estos tópicos.

Dedicó su atención, por ejemplo, al uso del adjetivo: “Cuando se escriben en la poesía, en la prosa, de modo natural, […] regresan a su depósito natural sin haber dejado mayores huellas. Pero cuando se les hace volver a menudo, cuando se les confiere una importancia particular, cuando se les otorgan dignidades y categorías, se hace arrugas que se ahondan cada vez más, hasta hacerse surcos enunciadores de decrepitud, para el estilo que los carga”.  No pocos de nuestros políticos, su manera de debatir, suelen presentar esos “surcos enunciadores de decrepitud”. 

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