¡Apropiémonos del espacio público!

Cada vez que recorro las calles de Quito me invade una sensación de desconsuelo. No importa el barrio o sector de la ciudad, el sentimiento es el mismo. Calles y avenidas con cráteres (porque ya no pueden llamarse huecos); parterres con el césped crecido y cargado de maleza; plazas con olor a orina; estaciones de bus con cristales rotos o pintadas con grafitis. Más de una vez he esquivado los desechos de los perros de otros. Me he topado con mascarillas usadas o basura orgánica y maloliente que se escapa de las fundas al momento de hacer la recolección. Y ni les cuento de las cucarachas que salieron a recibirnos en un café en la plaza de Cumbayá.

Hago énfasis en que sucede en toda la ciudad. Mi experiencia en los lugares visitados en el último mes es la misma: centro histórico, La Carolina y sus alrededores, Cumbayá, Condado, La Vicentina. Hay un descuido absoluto del espacio público en la capital. Y no he mencionado la inseguridad, porque ese es un tema aparte.

Lo que parece que desconocemos los quiteños, es que el espacio público puede mejorar las zonas residenciales y hacer más atractivas las comerciales. Probablemente coincidamos en que la institucionalidad de la que carece Quito es la primera causa de tal abandono. Pero ¿por qué siempre esperamos a que las autoridades hagan algo? Comencemos por nuestro entorno. Si recojo los desechos de mi mascota, si barro el espacio de la vereda frente a mi casa, si recojo la basura que me encuentro en el camino, si siembro plantas o árboles en el parque de mi barrio, si me uno con mi vecino y armo un huerto urbano, si separo mi basura, si organizo una minga para pintar paredes y borrar grafitis, si denuncio a quien orina en la vía pública… Quizá nuestro comportamiento se replique y nos empodere para exigir con más ímpetu a las autoridades pertinentes.

La apropiación del espacio público se traduce en prosperidad para la ciudad. ¡No bajemos los brazos!