Amigos y enemigos

carlos-freile-columnista-diario-la-hora

Carlos Freile

Carl Schmitt sostenía que lo político se estructura en torno a la dicotomía amigo-enemigo; esta aseveración se ve confirmada por las palabras y las actitudes de connotados personajes, como por ejemplo Juan Domingo Perón, quien proclamaba: “A los amigos todo, a los enemigos ni justicia”. Pareciera normal que en este ámbito se cumpla aquello de “cada oveja con su pareja”, “dime con quién andas y te diré quién eres” y “el amigo de mis enemigos es mi enemigo”.

En las contiendas políticas pueden darse alianzas coyunturales entre enemigos para vencer a un tercero, actitud de la que está llena la Historia. Sin embargo no se entienden uniones, ni alianzas pasajeras, entre personas colocadas en frentes opuestos para presentarse a elecciones con el fin de ocupar cargos relevantes en la república, a menos que algún vínculo, evidente o no, los uniese. En estos casos los ciudadanos tienen todo el derecho a preguntar cuáles son los puntos programáticos unificadores, y no solo eso, sino las bases ideológicas sobre las cuales se han asentado esas uniones ‘contra natura’ a simple vista.

No debe tratarse de simples figuras de relleno, para cumplir ciertas normas electorales lesivas a la esencia misma de la democracia moderna, pues en ese caso se habría escogido a personas sin ciertas vinculaciones que obligan a ejercitar la sospecha o sin ciertos pasados que no dan lugar a ninguna sospecha sino a certezas definitivas. Por eso los futuros electores no alcanzamos a comprender los obscuros entretelones de la política ni acertamos a desentrañar las maneras y maniobras de las jocosamente obligatorias ‘elecciones primarias’.

Adoptando una postura benigna y en cierta medida candorosa, solo nos resta pedir que los políticos no se burlen demasiado de nosotros, los ciudadanos ‘idiotas’, como los llamaban en la Atenas de Solón y Clístenes. En términos populares: “Fulanito y menganita han sido amigos políticos, ¡no molesten! ¡Nos creen giles!”. La política ha dejado de ser ‘el arte de lo posible’ para convertirse en ‘el juego de lo imposible’.