Hay que ser serios…

Alfonso Espín Mosquera

Todo extremo es malo, dice el viejo y sabio adagio popular. Nadie puede negar que en la educación de ayer se pudieron cometer abusos de autoridad, y quizá someter a los alumnos sin mucha consideración, pero en la actualidad, se han llegado a extremos que, tanto en la escuela como en la casa, los alumnos se han convertido en entes que tiranizan a sus padres y maestros.

Se debe tener mucho cuidado de mirar a los estudiantes de todos los niveles: escuela, colegio, universidad, como tales, como jóvenes en etapa de formación y por tanto aplicar sobre ellos, decisiones respetablemente académicas en favor de sus intereses, pues no es posible sobreponer a esta condición las consideraciones financieras, aunque las instituciones donde estudien sean particulares.

Tampoco es correcto creer que los niños y jóvenes actuales deben ser tratados como sujetos especiales, carentes de responsabilidades y solamente poseedores de derechos y no de obligaciones.

Lo lúdico en la educación es importante, pero no es lo único ni lo fundamental. Hay cuestiones que un universitario debe aprender y con dedicación sea o no ‘divertido’. La formación e instrucción requiere esfuerzo, dedicación y un verdadero maestro no es quien mantiene distraídos a los alumnos, sino quien se compromete con ellos para la vida, pues un médico, abogado, arquitecto y todo tipo de profesional debe desempeñarse con calidad y eficacia en las causas de sus pacientes y clientes, las mismas que no siempre  serán ‘divertidas’.

Es incuestionable la necesidad de respeto que debemos mantener entre todos los seres humanos. Hay que retornar a las válidas prácticas de afabilidad, hay que saludar y despedirse y, por sobre todo, tomar las responsabilidades, el estudio, las tareas como tales, con compromiso.

No se trata de ser los más famosos, sino demostrar en el desempeño profesional lo mejor, más allá de los emolumentos económicos. Es justo y correcto tener una vida digna; un profesional debe recibir un pago justo que le permita tener una vida cómoda, conforme a tantos años de estudio, pero el centro de su misión no es enriquecerse.

Por otro lado, debemos coordinar esfuerzos entre los diferentes niveles, por ejemplo,  los colegios que gradúan bachilleres, deben como cosa principal enseñar a seguir estudiando, una vez que sus títulos no son para trabajar, sino de índole académica para cursar la universidad.

Hablar de una ‘generación de cristal’ es peyorativo para quienes están en ella y una forma de irresponsabilidad de los padres y las instituciones educativas, que muestra la incapacidad de enfrentar con la autoridad que se debe la formación de los adolescentes, pues a nombre de ser de cristal, justificamos cualquier comportamiento, en el que nos nos atrevemos a poner límites.

Nuestra sociedad necesita compromisos serios de padres y maestros y, por supuesto, del estado y los inversores particulares de la educación, pues si bien es legal el negocio educativo, no puede ser el norte para hacer dinero a cualquier costa, aun de mal educar y mirar a los alumnos como simples clientes.