Alejandro Querejeta Barceló
No hay día en el que la batalla contra el narcoterrorismo no viva otro capítulo. Le acompaña el destape de la corrupción e impunidad, diría que histórica, que la Fiscalía protagoniza. Un trabajo complementario, que la mayoría aplaude, a pesar del pesimismo de ciertos sectores de nuestra política al uso.
En este contexto, en las últimas semanas, mientras se desenmascaran los actores principales y secundarios de Metástasis, Purga y Encuentro, las mafias narcoterroristas volvían a escena. Los fuegos crecen aquí y allá, de manera que, en consecuencia, se abren nuevos frentes y la gobernabilidad se complica.
Es algo que se veía venir desde hace tiempo. El ruido y la crispación no cesan y la manipulación llega a darse por normal. Vivimos un momento delicado para todos. Pero más que para el gobierno, lo es para la mayoría de ecuatorianos que necesitamos de seguridad, paz social y justicia plena, para hacer avanzar al país.
Ya no es valedera la costumbre de culpar a otros de nuestras ineptitudes y debilidades, y de la falta de confianza en nosotros mismos. Continuar con un Estado débil y un gobierno afincado en una retórica engañosa y edulcorada, no llevará a Ecuador hacia una democracia real y eficaz, y de un armónico desarrollo económico y social.
Hacer frente a las dificultades y superarlas, sin pretender crear un marco de falsa nostalgia. El Ecuador de hoy es un conjunto problemático de pueblos, donde abundan posiciones políticas dispares y de fondo vacío, inconsistente de raíz o falso. Una telaraña histórica que puede atrapar a cualquiera, un panorama con más posibilidades de descomposición o ruina.
La paz se impone a la violencia porque no hay otro remedio. La historia va rimando con los hechos y hay razones para la esperanza: la iniciativa, por ahora, está de parte del Gobierno y de la Fiscalía. Para ambos, queda más claro que su desempeño es por un todo o nada. Una coyuntura histórica como la actual no volverá a repetirse. Se impone ir a por todas, con entusiasmo, pasión y valor.