Es ‘vox populi’ que hemos tocado fondo

Alejandro Querejeta Barceló

La pobreza y la pobreza extrema, dicen los que conocen a fondo el tema y quienes lo padecen, son las causas fundamentales del salvaje aumento de la violencia y la inseguridad. Nos hablan, con razón y con los hechos por delante, de que Ecuador padece una verdadera e inmanejable ‘explosión delictiva’ que pone en jaque a la democracia y deja al descubierto el poder del narcotráfico.

Sin embargo, hay una capa de precariedad que no se quiere ver. Pareciera que se fragua y ejecuta un desmantelamiento progresivo, por esta vía del Estado. Las mafias delincuenciales corrompen y atemorizan a los operadores de los poderes e instituciones que lo forman. O que los rodean y acosan conspiraciones y traiciones que nunca están claras y pocas veces se sancionan.

Ha pasado, pasa y volverá a pasar. Olvidamos qué es la democracia, la libertad, qué es la verdad. Armar el rompecabezas de una historia incompleta y aún hoy difusa de la cacareada vuelta a la democracia hace más de cuatro décadas, tiene sobre sí la sombra de las maneras de operar en cada tramo la corrupción y, por tanto, la delincuencia de todos los colores y sectores sociales.

Ciertamente, da miedo ver tanta ceguera de quienes detentan el poder, bien sea político, judicial, social o económico. Vivimos tiempos en los que se invocan pretendidos valores para modificar la realidad con evidente riesgo de involución. Se requiere un cambio, pero no por el camino de una nueva constitución y otras leyes. Se precisan pactos de Estado a largo plazo, pero antes limpiar y adecentar cada una de sus instancias. Sin esconder nada ‘debajo de la alfombra’.

Ni en sus momentos aparentemente menos turbios se dio con fórmulas viables para dar algo de estabilidad y gobernabilidad al país, por más constituciones que tuviéramos. Da la impresión nefasta de que la nuestra es una historia enteramente de perdedores. ¿Quién lleva las de ganar? Nadie; la de perder, todos los ciudadanos.

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