A la tercera es la vencida

Pablo Granja

El 6 de agosto de 1945 se lanzó la primera bomba nuclear sobre Hiroshima, la cual irónicamente la habían bautizado “Little Boy” (niño pequeño); 4.5 metros de largo, 1.5 metros de ancho, 5 toneladas de peso y una fuerza explosiva de 15 kilotones arrasaron el 60% de Hiroshima, matando a 343.000 personas. Tres días después, la segunda bomba literalmente borró del mapa a Nagasaki. Las secuelas sobre los sobrevivientes fueron pavorosas: no se les coagulaba la sangre que les brotaba por distintas partes del cuerpo, pérdida de los glóbulos blancos, trastornos digestivos, caída del pelo y de los dientes. A día seguido, Japón anunciaba su rendición ante los aliados, poniendo fin a la Segunda Guerra Mundial.

La construcción norteamericana de la bomba atómica se denominó Proyecto Manhattan; en él colaboraron 150.000 especialistas en los campos científico, tecnológico, militar y económico. La primera prueba se ejecutó en el desierto Álamo Grande de Nuevo México. Su desarrollo se apresuró, ya que conocían que los nazis estaban trabajando intensamente en desarrollar una bomba de un poder inimaginable. Por esta razón, el primer objetivo era Alemania y no el Japón; situación que cambió luego de la caída de Berlín el 2 de mayo de 1945.

La victoria de los aliados no fue el fin de los conflictos, ya que sobrevinieron las guerras posteriores marcadas por la disputa hegemónica del destino mundial entre Estados Unidos y la Unión Soviética, cuya desintegración sigue generando enfrentamientos graves —la guerra entre Rusia y Ucrania el más reciente y sin duda el más peligroso—. Tanto que el mismo presidente Biden acaba de declarar que la posibilidad de un conflicto nuclear está tan cerca como la crisis de los misiles en Cuba. Y tanto más que el presidente Putin advierte, a la OTAN, que no dudará en defender su integridad territorial utilizando armamento que inclusive es más poderoso del que ellos tienen. Quienes le conocen afirman que él no suele advertir en vano.

La retórica belicista ha ido escalando, al igual que las represalias mutuas y las agresiones de parte y parte; la posibilidad de encontrar la paz agoniza. Estos anuncios y amenazas hacen pensar que la declaración formal de guerra entre la OTAN y Rusia está en espera de alguna última motivación. Si eso ocurre – como dice un gran amigo – “estamos jodidos todos ustedes”. El armamento de hoy no es, ni de lejos, igual en calidad y número del que había en 1945. Según el Bulletin of Atomic Scientists, el arsenal atómico actual, expresado en número de ojivas, es: Corea del Norte: 12; Israel: 90; India: 160; Pakistán: 165; China: 350; Reino Unido: 215; Francia: 290; Estados Unidos: 5.800;  Rusia: 6.225. Las actuales ya no se lanzan desde aviones sobre el blanco, sino que tienen autonomía intercontinental con velocidad supersónica; y, lo más grave es que ya no tienen 15 kilotones de potencia destructiva sino miles.

Según estudios recientes, los países con más posibilidades de sobrevivir a un holocausto nuclear serían Australia y Argentina (si es que antes no la liquidan los kirchneristas, pienso yo).

R. Oppenheimer, uno de los físicos integrantes del Proyecto Manhattan decía que: “La existencia de la bomba ha reducido las posibilidades de una tercera guerra mundial y nos ha dado una esperanza válida”. Ingenuamente creyó que la devastación ocasionada también acabaría con la ambición y la estupidez humana. Al contrario, la potenció porque el arsenal existente claramente evidencia que a la tercera es la vencida.