Bloqueo legislativo con fecha de caducidad

El país no puede continuar el próximo año sumido en la parálisis institucional producto de la atípica mayoría que logró imponerse en la Asamblea. Mucho le ha costado al país —en oportunidades perdidas y en pérdida de confianza en la clase política— la ‘guerra de desgaste’ entre el Ejecutivo y el Legislativo, con todas sus implicaciones para los otros tres poderes del Estado; en algún momento de 2023, el nudo se desatará; bien harían los asambleístas en prepararse para ello.

El presidente Guillermo Lasso empieza a lucir más experimentado y conocedor de su cargo. Si es que la consulta sale según lo planeado, se concretan acuerdos comerciales y proyectos de inversión, y la prudente gestión económica de 2022 así como la nueva agenda de seguridad dan frutos, es probable que se fortalezca. Al contrario, de parte de la oposición, pese a las elecciones que se avecinan, apenas se ha visto un trabajo político de formación de nuevos liderazgos o de articulación de una propuesta coherente.

La intransigente oposición en el Legislativo—la más desprestigiada de todas las funciones del Estado— no le apuesta sino al sabotaje, colapso, al estallido producto del hastío generalizado. Sin embargo, el país de hoy es muy diferente, en todo sentido, al de hace dos décadas y no quiere recorrer nuevamente ese camino. La diversidad, las contradicciones y el diálogo siempre enriquecen la vida democrática, pero para ello se requieren verdaderas propuestas. Si los legisladores y los partidos no son capaces de hacer planteamientos concretos, se hundirán antes que el Ejecutivo.