Sílabas

Ernesto Sabato: ¿será  el año próximo el turno del Nobel para él?
Ernesto Sabato: ¿será el año próximo el turno del Nobel para él?

Sabato, en fin

Hace unos días, el periódico madrileño ‘El Mundo’ publicaba una información sobre tres nombres emblemáticos de nuestro idioma que ya han sido propuestos para el Premio Nobel de Literatura en el próximo 2007: los hispanos Francisco Ayala (Granada, 1906) y Miguel Delibes (Valladolid, 1920), y el argentino Ernesto Sabato (Rojas, 1911). Un trío de ases con obra más que suficiente para entrar en las quinielas de la Academia sueca. De ellos, particularmente, es Ernesto Sabato quien ha construido uno de los espacios narrativos más alucinantes para adentrarse en los accidentes del alma a la hora de la lengua española.

Autor de tres novelas capitales que conforman una suerte de trilogía sensiblemente perturbadora en cuanto a su raigambre existencial –son ellas ”El túnel” (1948), “Sobre héroes y tumbas” (1961) y “Abaddón el exterminador” (1974)-, Sabato ha convertido el impulso del novelista en un descenso a los infiernos de la vida piel adentro.

Paralelo a sus novelas, Sabato ha hecho del ensayo (y su primer libro se inscribe allí: “Uno y el Universo”, aparecido en 1945) una zona de creación que honra al género, lejos del manoseo y la bastardía. Vislumbres y razonamientos son, desde la prosa suya, el festín de una inteligencia siempre abierta con plenitud de rigor a las “apologías y rechazos” –tal como reza un título suyo en esa disciplina-, para hacer patente cómo las pesquisas creativas asentadas en la dignidad de la palabra y su linaje más ilustre –llámese Tolstoi, Kafka o Borges a la hora de la evocación-, en su caso advierten coherencia y probidad intelectual.

Hombre asediado por las preocupaciones de su oficio y de su tiempo –ejemplo es el volumen de ensayos “El escritor y sus fantasmas” (1963), prueba de cuidadosa orfebrería en torno al pensamiento literario- Ernesto Sabato ha escrito también un libro de memorias: “Antes del fin”, publicado en 1998, pero no al modo de alguien que se complace en recordaciones precipitadas y gratuitas, sino más bien a la manera de un testigo que se desahoga en el vórtice de sus angustias y evocaciones. Y allí la clasificación que propone el autor: “…testimonio, o epílogo, o testamento espiritual, de la manera que quieran nombrarlo …”

En cuatro partes, Ernesto Sabato despliega en sus memorias el dolor de una suma de recuerdos que se debate entre la sed del absoluto y el horror del abismo. Hombre pertinazmente asolado por lo infausto de tragedias individuales y colectivas, en el transcurso de aquella escritura no pocas veces lo asalta el drama más lacerante en lo íntimo, al calor de la muerte de Matilde, su mujer, y Jorge Federico, su hijo. Y es que “Antes del fin” crece como recordatorio desplegado a trancos que bordean el desánimo de la existencia, en un momento en que, como dice su autor en el título escogido, todo puede terminar.

Por ello el coraje encomiable de quien, prisionero de aflicciones donde se entrelazan lo propio y lo ajeno, avanza en aquel libro por una galería de recuerdos que permite conocer el rumbo de una vocación y sus interioridades más insospechadas. Y es que la elección de ser escritor como destino no fue fácil para Ernesto Sabato: afincado en el mundo de las ciencias, doctor en Física que también hizo estudios de filosofía, especialista en radiaciones atómicas en el célebre laboratorio Curie en Francia, su discurso interior lo llevó a la determinación que marcó su hora definitiva: suyo era el camino de la literatura.

En la primera parte de sus memorias, la de los “Primeros tiempos y grandes decisiones”, Sabato nos lleva desde la niñez en un pequeño pueblo cercano a Buenos Aires, hijo de padre italiano y madre albanesa, hasta el momento en que publica “El túnel” y recibe el espaldarazo de Albert Camus para consagrar su opción. Es allí donde está el mejor Sabato de “Antes del fin”: la capacidad del escritor para viajar a las estaciones de su infancia, adolescencia, juventud y madurez, son la confirmación de quien sabe desempeñar con aliento su papel de testimoniante, testador, memorialista.

La sabiduría narrativa del artífice del legendario “Informe sobre ciegos” (aquella zona verdaderamente escalofriante de “Sobre héroes y tumbas”) se convierte, a la hora de recordar sus andanzas, en una suerte de travesía por los rincones más diversos de un tiempo ya ido: la pampa con sus molinos harineros y la capital con sus soledades imprevistas, el descubrimiento del paisaje, las zozobras que desata el encuentro con la gran ciudad, las injusticias y los debates políticos, todo ello en el peregrinar de un hijo del siglo XX que no escatima luces y sombras para guardar sus días.

Los retratos que logra Sabato en sus memorias reafirman la capacidad suya para entregar personajes inolvidables. Su padre, hijo de montañeses italianos, ocupa fragmentos conmovedores. Otro tanto sucede con figuras del mundo literario latinoamericano que por allí desfilan: Pedro Henríquez Ureña, José Bianco, Victoria Ocampo, Jorge Luis Borges, Leopoldo Marechal … Y no sólo de la literatura: la historia del pintor surrealista canario Óscar Domínguez –digna de la novela “El túnel” -, acapara algunos de los momentos más sustanciosos que alcanza este libro de recuento visceral.

En la segunda parte, bajo el título de “Quizá sea el fin”, mucho más cerca del tono apologético y la diatriba, Sabato enumera, en una suerte de catálogo para el juicio final, los males que atenazan nuestra época. “El dolor rompe el tiempo” es la tercera y en ella el carácter confesional adquiere un matiz extremadamente doloroso. Con la última, “Pacto entre derrotados”, el autor llama a los jóvenes de su país a que “sean capaces de… recuperar cuanto de humanidad hayamos perdido”. Genuino y fiel a sus obsesiones, ¿será el año próximo el turno del Nobel para él?. No importa. Ahí está su palabra. Sabato, en fin.

[email protected]