Toros

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Toros y obispos en el siglo XIX

La afición taurina y las corridas de toros han estado unidas a las tradiciones religiosas e íntimamente ligadas con la fe cristiana-católica, así como a las celebraciones monárquicas. En España, desde el siglo XVI, se celebraban las “corridas votivas” en cumplimiento de una promesa religiosa haciendo “votos” a la divinidad en culto, siendo las corridas de toros una ofrenda a Dios por medio de santos y vírgenes. Curas, frailes y monjas desafiando las órdenes y jerarquía eclesiástica, se dejaron llevar por la afición a los toros, manteniendo la fe católica en un santo patrono o virgen. Es bien sabida la presencia de curas toreros y curas ganaderos de bravo. Además, Felipe IV, ganadero a la sazón, era poseedor de reses bravas en Aranjuez, siendo el primer monarca-ganadero que se conoce; realizó cinco días de corridas de toros en honor del Príncipe de Gales, cuando éste visitó España en el siglo XVIII.

En la Real Audiencia de Quito desde el siglo XVI, y durante todo el período colonial, participaron colectivos en los festejos con carácter taurino en conmemoraciones sacras así como celebraciones civiles, dando lugar y creándose una asociación espiritual y pagana.

Hace dos siglos y con motivo de la llegada y posesión del Obispo Doctor Don Andrés Quintian y Pontti: “nuestro Obispo y a quien se le ha recibido en los pueblos y ciudades, no sólo de esta Diócesis…Con demostraciones públicas de su celebridad”, el gobernador en la ciudad de Cuenca, decide celebrar cinco días de corridas de toros. Al mismo tiempo, la realeza del imperio español atravesaba un periodo de luto, manifestando la suspensión de las celebraciones. Sin embargo, el gobernador indica en su petición al Presidente de la Real Audiencia de Quito que, a pesar del “luto en que estamos de la Serenísima Princesa de Asturias Nuestra Señora de feliz recordación…En esta cuidad se ha acostumbrado celebrar a sus Reverendos Obispos con cuatro o seis días de corridas de toros como único modo proporcionado para manifestar su regocijo, sin gravar sus propios [rentas del cabildo] ni perjudicar a sus vecinos y habitantes”.

Fallecido el Presidente de la Audiencia, Luis Francisco Héctor Barón de Carondelet (1806), y al mantener el luto por Su Majestad por Real Cédula (20 de septiembre de 1806), el gobierno provisional del Coronel Juan Antonio Nieto desestimó este conocimiento de pedido para realizar “la corrida de toros acostumbrada”, hasta nueva providencia (octubre 29 de 1807).

Las corridas de toros fueron una forma cultural, tradicional y formal para celebrar diferentes eventos como nacimientos reales, matrimonios, actos de posesión pública, defunciones y conmemoraciones religiosas. Una tradición en el mundo iberoamericano que nos indica la importancia que los pueblos otorgaron a la fiesta de toros.

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