Mi amiga la trabajadora sexual

Gonzalo Ordóñez

¿Qué pasaría si por azares de la vida tuviera que sobrevivir como trabajador sexual? En principio, intentaría disfrutar de mi labor, supongo que no siempre sería posible, aunque escogiera a mis clientes. Nunca se sabe. Lo que sé es que todos vendemos nuestra fuerza de trabajo y yo usaría todo mi cuerpo, nada más…

Mientras escribo esto, siento que el texto es blando conmigo, porque cuando nos referimos a una mujer, el placer se vuelve un prejuicio, las palabras se tensan, el deseo parece sucio.

 Las personas cuyas prácticas sexuales son  contrarias a las características personales que suponemos deberían mantener en sus relaciones íntimas, son juzgadas como si esas prácticas fueran atributos esenciales de su personalidad. Es un truco malvado para juzgar un comportamiento diferente, como si fuera algo infeccioso y menospreciable. A esto Erving Goffman lo llamaba ‘estigma’.

Por una investigación sobre comunicación y sexualidad, conocí a Devora (el nombre es ficticio) y cuando la entrevisté quedé impactado. Una mujer brillante que taladró mi cabeza y abrió un hueco por donde se me escurrieron prejuicios, estereotipos y mezquindades. Decidí escuchar, aprender y reconocer mi profunda ignorancia sobre la vida y la sexualidad.  Ahora me honra su amistad.

Alguien me preguntó si tenía algo con ella, con el prejuicio de que como  es trabajadora sexual “no tiene problemas en acostarse con cualquiera». Un convencionalismo tonto, además de moralista, comparable a que si una agente de tránsito, en su tiempo libre, debiera resolver un atasco de vehículos en su barrio.  El trabajo no es la persona, solo una faceta, importante sí, pero no su vida entera.

No veo a la ‘prostituta’, veo a la persona; una madre valiente que sobrevivió al moralismo castrante de su madre que,  a su vez,  sufrió el machismo abusivo de su padre. La violencia e infidelidad marcaron a su madre con una oscuridad que la llevó a tener relaciones abusivas con sus parejas. Su hija Devora, solamente repitió el ciclo.

Es un patrón que se repite en madres o padres que utilizan el amor como si fuera la policía de la moral del gobierno de Catar: el sexo sin amor es prostitución; el sexo con amor, pero sin un compromiso serio, es prostitución; si tu orientación es bisexual, en el fondo es porque eres promiscua. Prostituta.

Lector, no piense que estoy justificando el camino que tomó Devora — sería otra forma de moralismo—. Si elegía el trabajo sexual porque le daba la gana, no cambiaba en nada su calidad humana.  ¿Tiene dudas? Pagar por un servicio sexual es más honesto que seducir a una persona con el único fin de tener sexo y apenas obtenido el trofeo pasar a la siguiente. Eso es deshonesto.

La violencia más repugnante hacia Devora provino, según me contó, de mujeres feministas, “me trataron como basura”. Y de su familia, en particular de su tía, que vomitó tantos insultos sobre ella que sentía que apestaba. Quienes le tratan  con respeto y consideración, curiosamente, son sus clientes. El estigma proviene, por lo general, de quienes se sostienen en ideologías políticas o religiosas, típicamente académicos, políticos, activistas o familiares que consideran poseer superioridad moral.

“Creemos, por definición, desde luego, que la persona que tiene un estigma no es totalmente humana. Valiéndonos de este supuesto practicamos diversos tipos de discriminación, mediante la cual reducimos en la práctica, aunque a menudo sin pensarlo sus posibilidades de vida”, sostuvo Goffman.

Miedo, recelo, asco, envidia son algunos sentimientos que percibo cuando alguien conoce de mi amistad con Devora. La miseria humana vestida de corrección es un problema político, pues nos hace presa de los populismos moralistas que atraen votos de los estigmas:  mujeres que abortan, personas trans o a cualquier comportamiento que sea diferente a como creo debería comportarse alguien.