Lozanía de los ‘Retratos cubanos’ de Alicia Yánez

(1972) °  ‘Bruna, soroche y los tíos’
(1972) ° ‘Bruna, soroche y los tíos’
(1997) °  ‘Aprendiendo a morir’
(1997) ° ‘Aprendiendo a morir’
(1997) °  ‘El viaje de la abuela’
(1997) ° ‘El viaje de la abuela’
(1999) °  ‘El beso y otras fricciones’
(1999) ° ‘El beso y otras fricciones’
(2000) ° ‘Y amarle pude’
(2000) ° ‘Y amarle pude’
(2001) °  ‘Sé que vienen a matarme’
(2001) ° ‘Sé que vienen a matarme’

Alejandro Querejeta Barceló• Extraño mucho ciertas páginas de Alicia Yánez Cossío (Quito, 1928) en estos días, en los que se oye hablar tanto de los 60 años de la revolución cubana. Se trata de ‘Retratos cubanos’, libro publicado en 1989, quizás el testimonio más auténtico de algún autor ecuatoriano sobre los primeros tiempos de ese fenómeno histórico. Alicia Yánez descarga en él una etapa muy importante de su propia biografía, vivida principalmente en el extremo oriental de la isla caribeña, en Guantánamo, en el seno de una familia cubana.

En esas páginas está el suave aroma de Cuba, su risueña cotidianidad, la atmósfera que gente y paisaje vuelven intransferible; y las pequeñas historias de cada uno dan cuerpo a la suma de lo que somos los cubanos. “Escribir es como respirar”, declaró alguna vez a un diario quiteño la novelista ecuatoriana y esa respiración desbordante de autenticidad y amor se siente en esos ejemplares de ‘Retratos cubanos’.

Narrativa innovadora
Ubicada dentro de la fuerte corriente de novelas innovadoras escritas por mujeres en las últimas décadas –‘Hasta no verte Jesús mío’ o ‘Tinísima’, de Elena Poniatowska; ‘Como agua para chocolate’, de Laura Esquivel; o ‘La casa de los espíritus’, de Isabel Allende–, en la narrativa de Alicia Yánez figuran piezas, que en su momento la crítica consideró como la disección de toda la sociedad ecuatoriana. En medio de una deslumbrante sucesión de novelas de este corte, ella sorprendió hace dos décadas a con estos ‘Retratos cubanos’.

Alicia Yánez Cossío no se interesa por lo aparente y, como sabemos, detrás de lo aparente palpita el alma de lo real.

Esos ‘Retratos cubanos’ no recogen la estampa apresurada y pintoresca que la vulgaridad consagra; no asoma la oreja la superficialidad prefabricada del turista o la del viajero de uno u otro signo ideológico. No hay prejuicios, y sí juicios; juicios que hacen sus personajes, que con una rotunda vitalidad apartan a la autora y pasan a un primer plano a dar testimonio.

Cubanía se respira en esas páginas desde los nombres y el paisaje, los ambientes y los hechos, pero sobre todo en el comportamiento de su estupenda galería de personajes. Como Quimo, uno de ellos, yo también he saltado un charco y he dispersado nubes de mosquitos; he visto las guasasas espantas y los plateados caballitos de San Vicente. Comí bacalao, malanga y raspa de arroz, y más de una vez desayuné un jarro de agua con azúcar prieta.

Su ‘patria prenatal’
Ahí está Quimo con “ese orgullo que le nacía desde adentro cuando miraba la bandera de la estrella solitaria y entonaba a pleno pulmón La Bayamesa”. Y ahí está la dignidad insobornable de Quimo, de ese muchacho hambriento, caminando con las manos en los bolsillos. Ahí está Quimo esperando el regreso de su padre que se alzó, que se fue con los rebeldes y que debía estar “allá, en la manigua, jugándose la vida”. Ahí está con ese viejo sueño nuestro de libertad. Pero Alicia Yánez se las arregló para oír a Canónigo, otro de los pilares de sus ‘Retratos cubanos’, a pesar de que “las ventanas estaban tapiadas con ladrillos y cemento para que no entraran las balas”. Era la guerra contra la dictadura de Batista.

Desde una ventana por la que se miraba a la calle, era posible conversar con Canónigo, el negro limpiabotas, con sus diálogos sutiles, portadores de una filosofía de vida muy cubana. Diálogos los de Canónigo con sus clientes, en los que su penetración sicológica le indicaba qué decir, cómo decirlo, cuándo y a quién. Canónigo, como la inmensa mayoría de los cubanos hasta hoy, decía a sus clientes lo que ellos querían oír, pero entre líneas, y con humor, sostenía sus verdades: “Repetía lo que todos sabían, lo que convenía propalar, diciendo a cada rato que eran bolas, solo bolas…”.

“Es el espectáculo de la autoridad falseada lo que exacerba el natural espíritu crítico de la gracia criolla”, escribió el filósofo cubano Jorge Mañach en su célebre ensayo ‘Indagación del choteo’. Alicia Yánez anota que Canónigo “era un negro altivo con ademanes de rey, aunque fuera el rey de los arrodillados”. Un rey que al término de su trabajo regresaba a su casa, y “la mujer y los hijos salían a esperarle, porque no todos volvían: algunos quedaban tendidos en la calle boca abajo”.

La guerra, el hambre, la muerte y el padre y el hijo en bandos opuestos, cada uno defendiendo ideas que pensaban justas, en el último y empecinado combate de aquella guerra fratricida. Tal es la historia de ‘Los dos bandos’, texto que por su autenticidad y humanismo, los cubanos debíamos besar, porque tiene algo profético, una prefiguración de un destino que algún día deberemos afrontar. ‘Retratos cubanos’, en fin, es un libro diverso. ¿Cómo clasificarlo? Alicia Yánez hizo bien en llamarlos retratos, tanta es la fuerza de sus protagonistas.

El lenguaje y las voces, la manera particular de organizar la frase y articular las palabras propias del cubano, y en particular de la antigua provincia de Oriente, se dibujan en el recuerdo de la autora. Son retratos de fuertes trazos, mas la ternura está a flor de piel, la compasión, la solidaridad. Alguna vez la pensadora andaluza María Zambrano llamó a Cuba su “patria pre-natal”. ‘Retratos cubanos’ es un libro que solo pudo haberlo escrito alguien muy en sintonía con esa sensibilidad a la que aludía la autora de ‘El hombre y lo divino’. Alicia Yánez por derecho propio se incluye en ella.

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FRASES

Alicia Yánez Cossío no se interesa por lo aparente y, como sabemos, detrás de lo aparente palpita el alma de lo real”. Comí bacalao, malanga y raspa de arroz, y más de una vez desayuné un jarro de agua con azúcar prieta”.