Las lavanderas del barrio La Magdalena, por Susana Freire García

COMUNIDAD. La organización barrial impulsó que se revitalice el espacio para un trabajo digno.
COMUNIDAD. La organización barrial impulsó que se revitalice el espacio para un trabajo digno.

El oficio de varias generaciones de mujeres se revaloriza en el trabajo de investigación de estudiantes de la UCE.

Por Susana Freire García

Cuando menos me lo espero, la ciudad me sorprende. Fue así que me encontré con una antigua lavandería en el tradicional barrio de La Magdalena (calles Huaynapalcon y Quisquis). Según el testimonio de los vecinos, fue inaugurada en la década de los 50, durante la alcaldía del Dr. José Ricardo Chiriboga.

A simple vista no es más que una estructura de cemento y madera. Sin embargo, guarda en su interior una memoria con nombre de mujer. Varias generaciones de lavanderas han acudido a este lugar para ejercer un oficio poco estudiado y valorado (solo cobran dos dólares por docena de ropa lavada). No obstante, esta fue su única opción para obtener un sustento económico.

Sus antecesoras comenzaron lavando a orillas de los ríos y, más tarde, en lavaderos públicos como este, en donde -al son del agua y la espuma- ejercen su peculiar arte. El frío propio de la piedra de lavar se doblega ante la fuerza de mujeres como Rosa Guerra, alias ‘Chochita’, presidenta de las lavanderas de La Magdalena.

Guerra ha vivido más de 60 años en el barrio. A los 25 empezó a ejercer el oficio por decisión propia. Si bien le ha permitido mantener a sus hijos, confiesa que en la actualidad cada vez es menor la demanda para contratar sus servicios, pese a que el lavado manual nunca puede compararse al que realiza una máquina, ya que sus sensibles manos han aprendido a reconocer la textura de las telas y el trato que se les debe dar.

Junto a sus compañeras, lava la ropa por docenas desde las siete de la mañana, hasta terminar con todos los encargos. De esto conoce bien Laura Godoy, quien lleva 20 años en el oficio. Según ella, le ayuda a despejar la mente y a enfrentar con valentía los problemas, como si se tratase de una terapia para el cuerpo y el alma.

Compañera de lucha

En medio de este lugar íntimamente femenino, los martes, jueves y sábados otra figura no menos importante se cerciora de que todo funcione adecuadamente. Se trata de Gladys Ordóñez, quien desde 2014 se desempeña como Presidenta del Comité Central Barrio La Magdalena, tras haber sido víctima de un asalto en el sector.

Lejos de amedrentarse, dio una vuelta de tuerca al asunto y se puso a trabajar a favor de su barrio. Sus primeras acciones estuvieron encaminadas a la recuperación de la lavandería como espacio patrimonial, y a finales de 2014 inició el proceso pertinente en el Municipio de Quito. Junto al Suboficial Olmedo Hinojosa, policía comunitario, trabajaron incansablemente durante tres años hasta lograr su cometido.

En 2017 se reinauguró la lavandería con el objetivo de dignificar el trabajo de las compañeras, que merecían contar con un lugar de trabajo idóneo para ejercer su oficio. Al constatar la satisfacción del deber cumplido, la lideresa barrial confiesa contar con las fuerzas necesarias para seguir desarrollando sus proyectos sociales, en beneficio de toda la comunidad.

Más que un proyecto, es una lección de vida.

Publicación

Siguiendo esta impronta femenina, los estudiantes de la Escuela de Trabajo Social de la Universidad Central, en convenio con la Federación de Barrios de Quito, realizan desde el sexto semestre sus prácticas preprofesionales en el sector.

Estefanía Logroño y Carolina Valencia se encuentran trabajando hace tres meses con las lavanderas de La Magdalena, con el proyecto ‘La memoria de las piedras: una historia de lavanderas’. La investigación de campo será publicada de una revista que busca visibilizar el trabajo de estas mujeres.

La iniciativa cuenta con el apoyo de varios docentes universitarios, de la lideresa Gladys Ordóñez, y del fotógrafo Marcelo Sotomayor, vecino del barrio. Las estudiantes señalan que, a través de la convivencia, han aprendido a valorar la fortaleza de estas lavanderas, cuya vida ha estado signada por el sacrificio y la falta de oportunidades.

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