Alfonso Espín Mosquera
En estos días, las festividades de fin de año azotan la vida de los ciudadanos. Al parecer es una especie de aletargamiento en el que nos movemos, en medio del bullicio de campanitas musicales y luces de colores por doquier. La gente se aferra a recordar años idos, a querer comprar regalos para sus hijos; a cumplir políticamente con tanto compromiso, finalmente a celebrar la Navidad y esperar el Año Nuevo, que significa resignarse a lo que venga, ojalá sea mejor que lo ido.
A simple vista como que no se siente la crisis que estamos viviendo, como que no hemos hecho total conciencia de nuestro alrededor, como que no queremos aceptar las circunstancias de un gobierno incapaz de hacer cambios porque está atado de pies y manos sin una mayoría que le permita tomar decisiones.
Fechas atrás, los Social Cristianos votaron con sus “enemigos correístas” en contra de las reformas tributarias, para que no “pese sobre ellos”, ningún nuevo impuesto y así enrostrarnos en las próximas elecciones su negativa “a favor del pueblo” y entonces tener “cara limpia” para pedirnos el voto.
La situación del país es crítica y no se siente en una inflación expresa por efectos de la dolarización, pero nos sacude el desempleo que aumenta cada día. Siempre ha sido malo no tener trabajo, pero ahora, con un déficit fiscal sin precedentes, el desempleado es indigente. No es cosa de negativismo, sino de una verdad lacerante. El último crédito que se le concedió al país fue para gastos corrientes, de lo contrario no estarían pagados los décimos terceros de los empleados del sector público.
Pedir dinero para pagar sueldos, gasolinas, comprar insumos de oficina, es lo que se llama gastos corrientes; esto es, conseguir plata para poder mantener una oficina funcionando. Mañana, cuando se acabe ese crédito, habrá que pedir otro. Esto es en pocas palabras: estar en la quiebra.
¿Cómo romper la corrupta mente política en pos de decisiones nacionales y no de sus mezquinos intereses? Ojalá se produjera un diluvio de fuego para que como en Sodoma y Gomorra, brote una nueva especie política, incapaz de estos latrocinios.
Alfonso Espín Mosquera
En estos días, las festividades de fin de año azotan la vida de los ciudadanos. Al parecer es una especie de aletargamiento en el que nos movemos, en medio del bullicio de campanitas musicales y luces de colores por doquier. La gente se aferra a recordar años idos, a querer comprar regalos para sus hijos; a cumplir políticamente con tanto compromiso, finalmente a celebrar la Navidad y esperar el Año Nuevo, que significa resignarse a lo que venga, ojalá sea mejor que lo ido.
A simple vista como que no se siente la crisis que estamos viviendo, como que no hemos hecho total conciencia de nuestro alrededor, como que no queremos aceptar las circunstancias de un gobierno incapaz de hacer cambios porque está atado de pies y manos sin una mayoría que le permita tomar decisiones.
Fechas atrás, los Social Cristianos votaron con sus “enemigos correístas” en contra de las reformas tributarias, para que no “pese sobre ellos”, ningún nuevo impuesto y así enrostrarnos en las próximas elecciones su negativa “a favor del pueblo” y entonces tener “cara limpia” para pedirnos el voto.
La situación del país es crítica y no se siente en una inflación expresa por efectos de la dolarización, pero nos sacude el desempleo que aumenta cada día. Siempre ha sido malo no tener trabajo, pero ahora, con un déficit fiscal sin precedentes, el desempleado es indigente. No es cosa de negativismo, sino de una verdad lacerante. El último crédito que se le concedió al país fue para gastos corrientes, de lo contrario no estarían pagados los décimos terceros de los empleados del sector público.
Pedir dinero para pagar sueldos, gasolinas, comprar insumos de oficina, es lo que se llama gastos corrientes; esto es, conseguir plata para poder mantener una oficina funcionando. Mañana, cuando se acabe ese crédito, habrá que pedir otro. Esto es en pocas palabras: estar en la quiebra.
¿Cómo romper la corrupta mente política en pos de decisiones nacionales y no de sus mezquinos intereses? Ojalá se produjera un diluvio de fuego para que como en Sodoma y Gomorra, brote una nueva especie política, incapaz de estos latrocinios.
Alfonso Espín Mosquera
En estos días, las festividades de fin de año azotan la vida de los ciudadanos. Al parecer es una especie de aletargamiento en el que nos movemos, en medio del bullicio de campanitas musicales y luces de colores por doquier. La gente se aferra a recordar años idos, a querer comprar regalos para sus hijos; a cumplir políticamente con tanto compromiso, finalmente a celebrar la Navidad y esperar el Año Nuevo, que significa resignarse a lo que venga, ojalá sea mejor que lo ido.
A simple vista como que no se siente la crisis que estamos viviendo, como que no hemos hecho total conciencia de nuestro alrededor, como que no queremos aceptar las circunstancias de un gobierno incapaz de hacer cambios porque está atado de pies y manos sin una mayoría que le permita tomar decisiones.
Fechas atrás, los Social Cristianos votaron con sus “enemigos correístas” en contra de las reformas tributarias, para que no “pese sobre ellos”, ningún nuevo impuesto y así enrostrarnos en las próximas elecciones su negativa “a favor del pueblo” y entonces tener “cara limpia” para pedirnos el voto.
La situación del país es crítica y no se siente en una inflación expresa por efectos de la dolarización, pero nos sacude el desempleo que aumenta cada día. Siempre ha sido malo no tener trabajo, pero ahora, con un déficit fiscal sin precedentes, el desempleado es indigente. No es cosa de negativismo, sino de una verdad lacerante. El último crédito que se le concedió al país fue para gastos corrientes, de lo contrario no estarían pagados los décimos terceros de los empleados del sector público.
Pedir dinero para pagar sueldos, gasolinas, comprar insumos de oficina, es lo que se llama gastos corrientes; esto es, conseguir plata para poder mantener una oficina funcionando. Mañana, cuando se acabe ese crédito, habrá que pedir otro. Esto es en pocas palabras: estar en la quiebra.
¿Cómo romper la corrupta mente política en pos de decisiones nacionales y no de sus mezquinos intereses? Ojalá se produjera un diluvio de fuego para que como en Sodoma y Gomorra, brote una nueva especie política, incapaz de estos latrocinios.
Alfonso Espín Mosquera
En estos días, las festividades de fin de año azotan la vida de los ciudadanos. Al parecer es una especie de aletargamiento en el que nos movemos, en medio del bullicio de campanitas musicales y luces de colores por doquier. La gente se aferra a recordar años idos, a querer comprar regalos para sus hijos; a cumplir políticamente con tanto compromiso, finalmente a celebrar la Navidad y esperar el Año Nuevo, que significa resignarse a lo que venga, ojalá sea mejor que lo ido.
A simple vista como que no se siente la crisis que estamos viviendo, como que no hemos hecho total conciencia de nuestro alrededor, como que no queremos aceptar las circunstancias de un gobierno incapaz de hacer cambios porque está atado de pies y manos sin una mayoría que le permita tomar decisiones.
Fechas atrás, los Social Cristianos votaron con sus “enemigos correístas” en contra de las reformas tributarias, para que no “pese sobre ellos”, ningún nuevo impuesto y así enrostrarnos en las próximas elecciones su negativa “a favor del pueblo” y entonces tener “cara limpia” para pedirnos el voto.
La situación del país es crítica y no se siente en una inflación expresa por efectos de la dolarización, pero nos sacude el desempleo que aumenta cada día. Siempre ha sido malo no tener trabajo, pero ahora, con un déficit fiscal sin precedentes, el desempleado es indigente. No es cosa de negativismo, sino de una verdad lacerante. El último crédito que se le concedió al país fue para gastos corrientes, de lo contrario no estarían pagados los décimos terceros de los empleados del sector público.
Pedir dinero para pagar sueldos, gasolinas, comprar insumos de oficina, es lo que se llama gastos corrientes; esto es, conseguir plata para poder mantener una oficina funcionando. Mañana, cuando se acabe ese crédito, habrá que pedir otro. Esto es en pocas palabras: estar en la quiebra.
¿Cómo romper la corrupta mente política en pos de decisiones nacionales y no de sus mezquinos intereses? Ojalá se produjera un diluvio de fuego para que como en Sodoma y Gomorra, brote una nueva especie política, incapaz de estos latrocinios.