Pepitas de oro

POR: Germánico Solis

La provincia de Imbabura es bienaventurada, bien por su ubicación, suelo, paisajes, hidrografía, atmósfera, y principalmente por el componente cardinal: las manos e inteligencia humanas.

Hechura de hombres y mujeres de estirpe mestiza, indígena y negra, y que ha sido dignificada por migrantes costeños, serranos y de grupos llegados de diversas latitudes para empujar el fibroso carro de la historia imbabureña.

Ibarra por su importancia como capital y por su asiento, ha sido el emporio de ofertas materiales y espirituales de propios y extraños. Deteniéndonos a entender ciertas actividades, en la agrícola, Ibarra ha sido el gran silo que almacena semillas y granos que pródigamente son llevadas al interior de la patria.

En la calle Pedro Moncayo, entre Sánchez y Cifuentes, Mosquera, Narváez y rededores, han persistido los depósitos de granos que satisfacen el consumo, y son asimismo semillas calificadas para los granjeros.

La zona en referencia es única en la ciudad. Incluso, las casas destinadas para ese quehacer, guardan el añejo de la teja y el calicanto. Quienes se dedican a la labor de compraventa de granos, son personajes conocidos. Su permanencia en el ejercicio, ha creado un entorno mágico que se afina con la amistad y el respeto.

Diariamente y desde horas de la mañana, los estibadores como procesión de hormigas, suben y bajan enormes fardos, sacos y bultos desde carretas y camiones. Envueltos la cabeza con una manta que con el sudor es un sello, exhiben destrezas y musculaturas. Como canción al trabajo, trillan bodegas, llenan y vacían camiones, apilan metafóricamente el espíritu del centeno y otras espigas.

Visitar la zona tiene una curiosa satisfacción, notar el proceder de compradores y vendedores, abismarse con la práctica de los saberes de calidades, texturas, aromas y colores que exigen granos y briznas.

Se distinguen nombres, procedencias, humedad y precios. Transitar por esta calle atrae la vista, resulta gratificante la coquetería del maíz seco, el fréjol, la arveja, las habas. Tocar los granos dorados en sus talegas, nos acercan a la divina maravilla de la creación.