Pablo Escandón Montenegro
Son los otros que están en la ciudad. Aquellos a los que no vemos. Esos fantasmas que sabemos que existen pero que no queremos aceptar, porque no son parte de nuestra vida, que los excluimos, que no son como nosotros. Los marcianos, los vampiros, los zombis, los indios, los longos, todos esos a los que excluimos porque son diferentes, hablan de otra manera y no son conocidos, ellos son los que deben desaparecer, no nosotros, porque aquí siempre hemos estado, porque nada debe cambiarnos ni transformarnos.
Todo el mal viene de fuera, de lo que no somos, de lo extraño; en definitiva, de otro mundo. Y allí radica la guerra entre los mundos: reconocer lo que es diferente y asimilarlo a nuestra vida o desconocerlo completamente y declararle la guerra.
Hace 71 años, era un sábado 12 de febrero de 1949 cuando airados radioescuchas de Radio Quito quemaron el edificio de la radio y de Diario El Comercio, porque se había montado una farsa de radioteatro, que todos creyeron que era verdadera, aun cuando todos sabían que era el horario de las radionovelas. Lo que sucedió entra en los anales de la histeria colectiva, sobre mala información y cómo se le atribuyen poderes totales a los medios de comunicación, cuando la gente cree que allí está la realidad, lo verdadero.
¿De quién es la culpa? ¿A quién se le ocurrió replicar en Quito, lo sucedido en Nueva York? La práctica continúa por medios digitales, con la generación de información descontextualizada a cargo, no de los medios, pero sí de sus usuarios.
Vivimos sucesos como el de hace 71 años, solo que en microrrelatos y microespacios digitales, en donde todos piensan que la verdad informativa está en los grupos de Whatsapp o en Facebook, en la cuenta de Twitter de tal o cual “experto en nada” pero que tiene muchos seguidores.