Pablo Izquierdo Pinos
La clásica relación entre el médico y su paciente, así como con la familia del mismo, cambió. No solo por la radical modificación de la relación, en virtud del obligado cumplimento del consentimiento informado, impuesto por la ley, al que se suman las condiciones precarias en que todo médico debe ejercer su profesión. Este ya no ocupa el lugar dentro de la sociedad que desde siempre ocupó. Pasó de ser un “cuasi Dios”, luego “un personaje respetado por la sociedad”, para finalizar, en la actualidad como un “servidor público”.
La violencia que se vive en las calles también entró a los hospitales. Según una encuesta reciente, más de la mitad de los médicos ecuatorianos dicen que son agredidos por pacientes y familiares. El fenómeno no respeta geografías ni clases sociales, pero es predominante en los hospitales públicos. La mayoría de los que nos curan no escapan a la intolerancia general y son atacados física o verbalmente
Los hospitales son más violentos también contra los pacientes. Por las demoras en los turnos, falta de medicamentos e insumos, cambios de agendas y largas listas de espera quirúrgicas. Las emergencias están desbordadas, hay largas colas para atenderse. Hoy se necesitan más médicos y personal no médico para atender y contener a los pacientes. El médico es la cara visible y esto lleva a tensiones.
Las agresiones vienen de los dos lados. Tanto de un paciente enfermo que tiene que hacer fila desde las seis de la mañana para que lo atiendan a las tres de la tarde, hasta de un profesional que no cuenta con un saturador de oxígeno pediátrico y siente una responsabilidad legal muy grande, una frustración que muchas veces termina descargando en el otro.
Los pacientes tienen varias vías para reclamar contra las posibles arbitrariedades y negligencias, lo cual es positivo. Pero a medida que se fueron facilitando esas vías de reclamo civilizado, los casos de protesta incivil y ofensiva crecieron en frecuencia y gravedad. Pero, ¿quién cuida a los que cuidan?