Condena a Corea del Norte

Richard Salazar

El 3 de septiembre Corea del Norte hizo ensayo nuclear de una bomba de hidrógeno 10 veces más potente que la de Hiroshima. Dos días después, un legislador presentó a la Asamblea la moción de condena. De 122 asambleístas presentes, solo 54 votaron a favor. ¿Cómo interpretarlo? La asambleísta Soliz de AP alegó que hay que “debatir sin sesgo ideológico”. Siendo así, ¿no es lo más lógico condenarlo?

La caída del Muro de Berlín en 1989 significó el fin de la guerra fría. Pero el muro no cayó en la península coreana, dividida en 2 países con sistemas diametralmente distintos. Esto resultó de la ocupación que hicieran la URSS al norte y los Estados Unidos al sur, al finalizar la II Guerra Mundial para liberar a Corea, que había sido colonia de Japón desde 1910.

En el norte, un guerrillero anti-japonés fue entrenado por la URSS para ser el Primer Ministro: Kim Il-Sung, quien en 1950 invadió el sur y estuvo a punto de ocupar toda la península. Tras 3 años de guerra fratricida, se recuperó el territorio del sur con el apoyo de una coalición de 17 países y se acordó que el paralelo 38 sería el límite infranqueable entre las 2 Coreas, norte y sur.

Desde entonces Kim Il-Sung, llamado “el presidente eterno”, no ha cesado las provocaciones a Corea del Sur y al mundo. Su liderazgo totalitario con culto a la personalidad fue hereditario. A su muerte en 1994 le sucedió su hijo Kim Jong-il y a este en 2011 su hijo Kim Jong-un, un joven sanguinario de 33 años quien, para reafirmar su poder, mandó a matar a su tío y a su hermano. En el presente año, el último de la dinastía Kim ha hecho alarde de fuerza enviando varios misiles de largo alcance; finalmente se solazó de hacer la temida prueba nuclear que ocasionó un temblor en el norte de la península.

Ventajosamente la Cancillería realizó luego la condena, reflejando el divorcio entre el Ejecutivo y la Asamblea. Retomar el sentido democrático del país tiene definitivamente que ver con una postura coherente con episodios como éste, que deben tener un enérgico repudio. Un acierto, sin duda.

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