Bodas de Oro

Carlos Freile

En esta época de permanencias sin convicción, de fidelidades sin alegría, de amores sin amor, reconforta constatar la presencia de parejas unidas sin claudicaciones durante cincuenta años. Dice Saint-Exupéry que aun los afectos más profundos y auténticos deben atravesar por desiertos interiores a lo largo de su devenir. En esos desiertos se encuentran piedras, las unas finas como el mármol o el alabastro, representan las virtudes, las otras toscas y vulgares figuran los defectos.

Quienes se aman usan esas piedras para construir su unión. Con esas piedras pueden levantar un hogar, para anidar el amor; o elevar un templo, en donde bendiga Dios; o una escuela, para albergar la sabiduría; o una cárcel, en donde repte el odio.

Las parejas vinculadas con lazos fuertes, enraizados en el respeto, la comprensión, el sacrificio, con esas piedras también pueden construir un camino, sendero no solo para sus pies, sino para los venideros: hijos, nietos… quienes gozan de la oportunidad de mirar en la misma dirección; la vía señala un destino, es segura, la meta añorada no se esconde en las nieblas de los fracasos y los desazones cotidianos.

Benditas las parejas, bienaventurados los matrimonios, que alcanzan el medio siglo de amor: ellos saben del beso apasionado de la juventud y del beso sin contacto del espíritu; conocen el entendimiento sin palabras, pero también las palabras de perdón y de consuelo. Saben del silencio reverencial frente al milagro de cada día y saben de la angustia vencida en común, por la mano en la mano y el corazón en el corazón.

Hay razón para la esperanza cuando contemplas con respeto aflorar lágrimas de emoción a los ojos de un hombre y una mujer con cincuenta años de matrimonio en el alma al recordar el primer encuentro, al revivir la cita temblorosa, llena de misterios y de futuros posibles.

Gracias sean dadas a Dios por esas parejas que con sus piedras no solo supieron construir sino transformar su vida en hogar, en templo, en escuela, en camino. Y gracias a esas parejas. (Para Pedro y María Dolores, con afecto y admiración).

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