Algo de perversidad

Hasta 1979 el Ecuador vivió una época signada por la inestabilidad democrática, con la alternancia de regímenes de hecho y de derecho.

Hasta aquel tiempo no existía una ley que regule específicamente a los partidos políticos con un ordenamiento administrativo, una personería jurídica y más normas para su desenvolvimiento democrático y sus opciones en el libre juego electoral. Si bien anteriores textos constitucionales se refirieron al tema pero no con las normas regulatorias que ya se incorporaron, y en 1998, para variar, se dictó una nueva Constitución Política que mantuvo similares enunciados.

Y hay que advertir, entonces, que en aquellos tiempos se estableció la prohibición expresa de que las autoridades de elección popular y varias de nombramiento directo, puedan presidir u ocupar representación directiva alguna en sus diferentes partidos o movimientos políticos. Entonces era inimaginable mirar un presidente de la República, un vicepresidente, un ministro, un diputado, un gobernador, un alcalde, un concejal, un prefecto, un consejero provincial, pues hasta un empleado público, todos ellos estaban prohibidos de participar directamente en una campaña electoral si no se excusaban de sus funciones para hacerlo hasta como candidatos a cualquier dignidad de elección popular.

Pero, como todo pero auténtico, la famosa Constitución de Montecristi hizo el parto de los montes y nos legó la barbaridad de que todo el mundo puede hacer lo que le dé la gana, desde el Presidente de la República hasta el presidente de la Junta Parroquial, pasando por los venerables asambleístas, y desde entonces hacen campaña electoral en “horas hábiles” con vehículos y fondos ajenos. Son directivos, jefes de campaña y al mismo tiempo pueden ser candidatos y seguir de funcionarios, y con la misma careta. Y algunos “timbran” en ambas partes.

Y lo evidente es que no alcanzan a servir así ni al diablo y peor a dios. Por ello el Ecuador está como está, con semejante cuadro de Dante, cuya corrupción espeluznante se refleja en rostros de hijos e hijastros signados, de mequetrefes con ventrílocuo encima, o de muñecos testarudos que desean compulsivamente comprar el título de presidente sin saber expresarse siquiera elementalmente.

¡Feliz Navidad a todos!