Rodrigo Contero Peñafiel
En la política ecuatoriana es común observar la utilización de sentimientos nacionalistas y una aversión a personas preparadas o a países progresistas que se les responsabilizan de los fracasos administrativos. Esta es la herencia de un populismo arrogante e irresponsable que, contagiado de un espíritu de cuerpo, aduce persecución y venganza. Por lo general recurren a la mentira para hacernos creer que se está alterando la democracia, a este colectivo de falsos líderes se suman grupos clientelares y de chantaje que dicen apoyarlos a cambio de beneficios y prebendas personales.
Cuando la pasión domina las ideas de la gente se experimentan cambios en su personalidad, actitudes incoherentes, sensacionalistas, teatralistas, histriónicas, sentimientos redentores, religiosos, políticos y sociales que se descubren con facilidad, que compensan vacíos y carencias personales. No es raro escucharlos descargando culpas y responsabilidades en otras personas para justificar su falta de preparación y eficacia.
El país necesita una administración que desarrolle nuevas ideas con capacidad, claridad, inteligencia e identidad; los problemas no podrán solucionarse si no se destierra la corrupción y se encuentra a los culpables; las instituciones del Estado deben cumplir con su trabajo de servicio a la sociedad para justificar su existencia con capacidad y la sociedad requiere de acciones concretas y sensatas.
Un modelo de desarrollo tiene dos ejes fundamentales, uno material, que es actuar buscando resultados, y otro vertical, llamado brújula, que nos indica hacia dónde vamos. Si sólo se trabaja para alcanzar resultados inmediatos el riesgo de perderse en lo urgente, sin tomar en cuenta lo importante, es inminente.
¿De qué sirve una administración simplista si no se cambia la actitud de las personas para que sean productivas y no recolectoras de bonos o dádivas? No es posible ejecutar planes, programas y proyectos con grupos clientelares que crean el caos en busca del dinero fácil.