Actos de repudio

A los 95 años de edad, en un hospital de Managua, a comienzos del presente mes, murió Ernesto Cardenal, considerado uno de los más afamados poetas de Hispanoamérica. Este sacerdote militó en la denominada revolución sandinista, de la que fue ministro de Cultura cuando este movimiento llegó al poder; luego, al darse cuenta de sus engaños y de la opresión al pueblo, se apartó, convirtiéndose en blanco de retaliaciones de los antiguos conmilitones que descendieron a los abismos totalitarios.

Ante este fallecimiento, el régimen que encabezan Daniel Ortega y Rosario Murillo decretó tres días de duelo nacional, junto a otras manifestaciones fingidas y confusas de elogio y condolencia. Mientras se hacían públicas estas expresiones de reconcentrada hipocresía, ya que ese régimen nefasto para la democracia persiguió y marginó a Cardenal, hubo actos protagonizados por turbas enviadas en buses oficiales por el gobierno de esos dos dictadores para que profanen la Catedral de la capital de Nicaragua y cometan atropellos, en el momento en que se realizaban las exequias de quien fue personaje de prestigio internacional.

Estos grupos violentos penetraron en el templo y al grito de “traidor, traidor” (refiriéndose al acertado cambio de rumbo que hizo Cardenal en su posición política), asaltaron a los asistentes a quienes robaron e insultaron; a los periodistas que cubrían la ceremonia fúnebre, les despojaron de sus equipos de trabajo, a la vez que les propinaron golpes y lluvia de dicterios. Estas agresiones continuaron en los alrededores, luego que el féretro salió de la iglesia para trasladarlo al cementerio.

Lo narrado demuestra, una vez más, la flagrante violación de los derechos humanos que caracteriza a quienes se hallan apropiados, mediante cerril absolutismo, de la patria de Rubén Darío.

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