E l café es un arte. Si no que se lo digan al barista Ángel Zambrano, de la cafetería San Ignacio, en la concurrida calle García Moreno del Centro Histórico.
Dependiendo de la época del año, él muele el grano de una manera u otra. “En verano hay que molerlo más fino y en invierno más grueso, ya que las presiones atmosféricas son diferentes, de esta manera obtenemos un mismo aroma y consistencia”, explica mientras acaricia la máquina de moler.
A su cafetería llegan a diario cientos de personas en busca de su respetado café. Ofrece uno orgánico, otro mezcla y un tercero lojano de altura. Este último es el apropiado para el expreso, que prepara como si de un ritual se tratara. “No se debe presionar mucho el café molido, lo justo para que se filtre de manera adecuada, hay que hacerlo con cariño, cuidando cada paso”, añade mientras un fino cauce de ‘oro negro’ cae sobre la taza blanca.
“El expreso hay que servirlo hasta la mitad, muy poco, y tomarlo sin azúcar, para no anular los matices del café. Los que quieren algo dulce lo pueden acompañar de una torta”, refiere con vehemencia.
La cafetería restaurante está en el mismo edificio del Museo María Augusta Urrutia, por lo que comparte ese aire decimonónico y elegante. El local posee una amplia carta de tamales lojanos, quimbolitos y humitas para combinar con su afamado café.
Atmósfera especial
Muy cerca de allí aparece otro de los grandes templos del café quiteño, la cafetería Modelo, fundada en 1950. Allí acuden también muchos parroquianos del café. También comparte una atmósfera cálida y de otra época que contribuye a una experiencia total. Ahí también optan por el café lojano, “por su calidad y aroma”. Ofrecen tanto café pasado o esencia de café como su famoso expreso. “Es según el cliente, tanto el expreso como el pasado son los que más demanda tienen”, manifiesta Ana Cristian Báez, administradora de la cafetería.
El aroma del café llega desde la antigua máquina, que permite prensarlo para disfrutar todos sus matices. También aquí recomiendan compartir la experiencia con una de sus famosas quesadillas, para obtener un equilibrio entre lo agrio y lo dulce. De igual deleite es sentarse en uno de sus asientos y contemplar los variopintos personajes que pueblan sus esquinas: un bohemio venido a menos, un par de turistas asiáticos que conocieron el lugar a través de una guía turística, vecinas de ‘toda la vida’…
En la Plaza Chica
En esta ruta gastronómica que recorre algunas de las calles más emblemáticas del Casco Colonial, no se puede obviar el café Plaza Chica, justo detrás del Municipio. Parece que este elegante lugar se quisiera esconder del bullicio de sus calles aledañas, justo en una pequeña plazoleta que conecta con la Plaza Chica. En un ambiente sencillo pero sofisticado Jesús Lobo, uno de sus encargados recibe con gusto a los clientes.
“Aquí ofrecemos café ecuatoriano Zular, porque es una marca que ofrece un producto de primera calidad, totalmente orgánico y genuino. Hay algunos lugares que lo venden o lo sirven mezclado con otros cafés de menos calidad, o incluso con café de maíz o de arroz, que son sucedáneos, es por eso que para nosotros la materia prima de máxima calidad es lo más importante”. Entre su carta barística está el capuchino, que se prepara con espuma, leche y café, pero su especialidad es el expreso. Lobo, al igual que sus compañeros, coincide en que el café tiene que ser solo y sin azúcar. (MAP)
El café ecuatoriano
Ecuador es uno de los pocos países en el mundo que exporta todas las variedades de café: Arábigo lavado, Arábigo natural y Robusta. Debido a su ubicación geográfica, Ecuador produce uno de los mejores cafés de América del Sur y de los más demandados en Europa. Los diferentes ecosistemas que posee Ecuador, permiten que los cultivos de café se den a lo largo y ancho del país llegando a cultivarse inclusive en las islas Galápagos. El de Loja es uno de los más valorados del país.
Bebida
Algunos secretos
El café procede del norte de Etiopía, de la provincia de Kaffa.
La planta se cultiva en países tropicales y subtropicales.
