Los venezolanos tienen una madre en el Juncal

POSTAL. En el patio de su casa, durante una mañana soleada.
POSTAL. En el patio de su casa, durante una mañana soleada.

POR: Édison Paucar

Que se arrodillen ante una imagen ‘milagrosa’ es una escena común. Lo raro es que alguien se postre ante el creyente, para rezarle como si fuese un dios.

Esta es la historia de cómo María del Carmen Carcelén Carabalí decidió que su casa, en el Juncal, sería la casa de decenas de migrantes venezolanos. Esto es lo que pasó mucho antes de que el Presidente escribiera un tuit sobre ella, y una agencia internacional le hiciera una nota, y muchos medios la replicaran.

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Una noche de septiembre de 2017, la familia García Carcelén, junto con sus amigos, volvía desde Ipiales, Colombia, hacia Ecuador. Al cruzar la frontera, decidieron estacionar el camión en un chifa de Tulcán. Carlos les dijo que pidieran lo que quisieran, él los iba a invitar.

“¡Qué bestia, cómo derrochas plata”, le dijo Carmen, su mujer. Y él: “Negra, si trabajamos, tenemos que comer bien. ¿Por qué vamos a morirnos de hambre?”.

Al terminar, todos regresaron a sus autos en medio del frío y la penumbra. El camino los llevaría hacia su natal Juncal. A la altura de Bolívar (Carchi), el mito cobró forma: un hombre en camiseta apareció por la carretera y se puso de rodillas, con las manos como si fuese a rezar. Les imploraba.

– Para, Carlos, para. Algo está pasando.
– No, negra.
– Para, hombre, tienes que parar.

El camión se detuvo y uno de los jóvenes se apresuró a decir: “Gracias, madre, porque preferimos lanzarnos a un carro y morir, antes que continuar”.

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María del Carmen Carcelén Carabalí tiene 48 años, la voz firme, la lengua suelta y una mirada punzante. Esa noche descubriría que también tiene el pulso de una leona.
– Eres el colmo, negra, te pasas.

Le dice siempre su esposo. Y luego la besa y la abraza.

RUTINA. Los venezolanos que huyen de la situación en su país, por el Régimen de Nicolás Maduro, no pagan nada por estar en este lugar.
RUTINA. Los venezolanos que huyen de la situación en su país, por el Régimen de Nicolás Maduro, no pagan nada por estar en este lugar.

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Unos 11 muchachos aparecieron en medio de la carretera. Todos confundidos. “Suban al carro”, les dijo la mujer. Y ellos subieron gustosos.

Al cabo de unos minutos, la entrada del hogar los esperaba. Cuando abrió la puerta del vehículo, notó en los visitantes una mirada temblorosa. Silencio.

– ¿Saben dónde estamos?
– Madre, nosotros no sabemos.

Ella les dijo que podían seguir por la carretera o acogerse a una segunda opción: “Pueden subir a la casa de la señora Carmela o Carmen, como quieran llamarme. Se dan un baño, les serviremos un alimento, un colchón para que descansen, y mañana veremos lo que Dios diga”.

Uno respondió con los ojos brillosos: “Madre, nos quedamos”.

Esa fue la primera vez que Carmen recibió a venezolanos. Muchachos y chicas que salieron de su país dejando atrás a sus familias, parejas e hijos. Jóvenes que prometieron, en su casa, regresar con la mochila llena de comida y nuevas oportunidades.

‘Ulises’ o ‘Penélopes’ que se desprendían de su Ítaca por hambre y necesidad. Hombres y mujeres que, después de caminar 10 o 12 o 17 días, habían conseguido un sitio seguro para descansar.

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La casa de Carmen se convirtió en un hogar para muchos. Los que llegaban se sentían cómodos y regaban la noticia por todos los medios posibles: Facebook, WhatsApp, llamadas de celular, chismes de carretera.

Ese camino largo de asfalto, lleno de vehículos que pasan sin dejar rastro, multiplicó su nombre. El nombre de Carmela es ahora símbolo de esperanza.

“Ellos son inteligentes y saben de tecnología”, cuenta Carmela. “Se escriben enseguida. Se hablan a Venezuela, Rumichaca o donde quiera que estén. Y se dicen: pasa por El Juncal, ahí te vas a poder quedar. No te cobran nada”.

Estoy en la sala de su casa. Es un domingo de marzo y el sol afuera ladra. Son dos pisos, con habitaciones para unos seis invitados. En el patio se ven cajas de frutas y dos lavanderías de cemento.

Después de haber dado un paseo por los cuartos, le pregunto hasta cuántos venezolanos ha hospedado en una noche. “La última vez tuvimos 77 personas”. La miro, quiero saber si me está jugando una broma. Pero doña Carmela se apresura:

– ¿Cómo durmieron? En la sala las familias, en el camión los hombres y mujeres, en dos dormitorios que tenemos arriba mujeres y niños. En un dormitorio, dormían las personas que estaban más de un mes, que eran siete. En el patio todos los hombres que estaban más fuertes, sanos. Ellos dijeron nosotros estamos bien, porque para dormir solo necesitamos sueño.

CONVIVENCIA. Lavar la ropa puede convertirse en una actividad conjunta.
CONVIVENCIA. Lavar la ropa puede convertirse en una actividad conjunta.

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Le pregunto cómo sabe cuántos han pasado por su casa. Ella me lleva al comedor y saca dos cuadernos de un cajón. En la portada de uno se lee “Venezolanos”.

Son 8.500 nombres, todos apuntadas con bolígrafo. Desde el primero de septiembre de 2017 hasta el 31 de marzo de 2019, en la casa de Carmen se quedaron a dormir 15 personas distintas por día.

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Después de la primera posada, no sabía qué hacer. Llamó al sacerdote del pueblo y le dijo: “Padrecito, tengo un grupo que necesita ayuda”. “¿Qué hacemos?”, respondió confundido el religioso. “Les voy a llevar a la misa de Pimampiro, Carpuela y Ambuquí a ver si recogemos fondos”.

Cuando iba a salir de casa, le preguntaron a dónde iba. Les contestó que a la iglesia. “Madre, te acompañamos”. La calle se convirtió en un hormiguero, que se movía al paso de una mujer maciza. Apenas llegaron al templo, comenzaron a barrer. Carmen hizo un video y se lo envió al cura, con un mensaje que decía: “Esto es lo que han hecho, haga algo, por favor”.

En la misa se recogieron 30 dólares de limosna. La señora Carcelén pidió un espacio para hablar. Se paró frente a todos con Israel, uno de sus huéspedes. “Hoy estos chicos necesitan ayuda”, dijo. “Están en mi casa. Así que necesito un par de pantuflas para dos jóvenes que vinieron sin zapatos. El uno calza 39, el otro 42. Alguien debe tener. Recuerden: El Juncal no es un pueblo de pobres. Somos ricos, fuertes, trabajadores”.

El padre hizo una nueva colecta. Le dieron 105 dólares, que sirvieron para que el grupo pudiera llegar hasta Perú. Hasta ahora, le envían mensajes a Carmen sus primeros protegidos. Le dicen que están contentos.

CONVIVENCIA. Lavar la ropa puede convertirse en una actividad conjunta.
CONVIVENCIA. Lavar la ropa puede convertirse en una actividad conjunta.

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Yerlon Congo está acomodado en una repisa del patio, escampando del sol que cae como estampida. A su lado hay un par de aguacates. Cuando en la casa baja el movimiento, aprovecha para decirle que su mamá le mandó las frutas. Son un obsequio.

Vive solo a dos cuadras y cuenta que todos colaboran con los venezolanos con comida o ropa, desde el primer día que llegaron. “Es grato, porque están pasando por momentos difíciles”.

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La casa de Carmen se levanta en El Juncal, un poblado que pertenece a la parroquia rural de Ambuquí, en Ibarra.

Según datos del Ministerio del Interior, en 2018 ingresaron 954.217 venezolanos a Ecuador. De ellos, 792.180 cruzaron por Imbabura y 4.800 se asentaron en Ibarra.

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El 13 de agosto de 2018 fue la primera vez que Carmen Carcelén salió en la prensa. Cinco días después, en su casa apareció Marisol Peñafiel, la gobernadora de Imbabura en aquel tiempo, acompañada de policías y funcionarios.

“Entraron peleando conmigo”, dice Carmen indignada. “Me acusaron de estar haciendo negocio, que me había convertido en coyotera”.

– Nunca vinieron los policías a clausurarme, ni a ponerse en la puerta para ayudar a los venezolanos. Nunca aparecieron los buses.

Dedicación. Carmen Carcelén preparando comida para sus visitantes.
Dedicación. Carmen Carcelén preparando comida para sus visitantes.

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“Mujeres luchadoras sobran en este país. Pero nos cortan las alas, porque nosotras, como mujeres y madres, somos águilas, siempre queremos volar. Siempre fui altanera. Como si me dijera eres una súper mujer, súper madre, súper esposa. Y me creí que no necesitaba de nadie. Yo soy una negra luchadora”.

Hay momentos en que a doña Carmela se le quiebra la voz; a ratos alza el tono y se la escucha hasta la calle. Por eso creo que todos le dicen madre.

Hemos conversando por horas. Caminamos hacia la cocina y ella agarra dos vasos, los llena de jugo. “Ambos lo necesitamos”, me dice. Yo doy un bocado largo, placentero: “Gracias, madre”.

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En diciembre de 2018, un grupo de la Acnur la visitó para hacerle un video. Querían aprovechar las festividades para que la gente se enterara de su solidaridad. Sin embargo, el video no salió en las fechas previstas.

Más de dos meses después, el 7 de marzo, a unas horas de iniciar el Día de la Mujer, Acnur mandó un ‘tuit’: “Carmen es inspiración y ejemplo. Es valentía y generosidad. En Imbabura, Ecuador, tiene un hostal donde acoge de manera gratuita a refugiados y migrantes de Venezuela. Entre 20 y 70 personas duermen cada noche en sus instalaciones”.

El video, que dura dos minutos con dos segundos, se volvió viral. Y ese fue el video sobre el que el presidente, Lenín Moreno, escribió el mensaje que la volvió famosa.

Ella no se había enterado de que era famosa. Saco mi celular e ingreso. Aparece la imagen del primer mandatario y su comentario: “Carmen, ¡tú eres un ejemplo de las #MujeresQueConstruyenEcuador! Gracias por ayudar a hacer de Ecuador el país más solidario del mundo”.

– Me duele que Moreno coja un video que no le pertenece. Se están aprovechando políticamente. No quiero que a esto le hagan política. No soy política. Soy auténtica”.

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Carmela trata de llevar una existencia simple. Por ejemplo, este domingo de marzo dio el almuerzo al mediodía. Hasta las 14:00 lavó los platos. Luego buscó flores para llevarlas al santuario. Ahí ayudó a arreglar, barrer, limpiar. A las 16:30 regresó a casa. Se bañó. Y a las 17:00 empezó a coserse un atuendo.

– También soy costurera. Me gusta ir a la iglesia con un vestido bien elegante. Para la gloria del señor, soy la primera voz.

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Carmela da unas naranjas a unos migrantes que han llegado por la mañana. Les explica cómo llegar a Ibarra. Camina de un lado a otro. Es un ente omnipresente. Sus manos se multiplican. No hay ayuda de ministerios ni de ninguna entidad cercana al Gobierno.

Eso a ella no le importa. Sigue con lo suyo. Las libretas donde anotaba el nombre de los migrantes dejaron de crecer en octubre de 2018, porque se cansó de esperar a alguien que la ayudara.

– Nunca nadie va a venir con un pan. A nadie le va a importar. Nadie nos va a regalar las carpas y colchonetas que necesitamos.

Ahí paró el registro. Ahora, las personas entran sin ningún trámite. “Estoy cansada de estar como un policía, diciendo muéstreme sus papeles”. Ya no le preocupa qué pueda pasar. Ella abre las puertas de su casa y brinda un techo seguro a los caminantes. En estos actos encontró su destino.

FRASE

En la misa se recogieron 30 dólares. La señora Carcelén pidió un espacio para hablar. Se paró frente a todos: “Hoy estos chicos necesitan ayuda”, dijo. “Están en mi casa. Así que necesito un par de pantuflas…”.

DATO

María del Carmen Carcelén Carabalí tiene 48 años, la voz firme, la lengua suelta y una mirada punzante. Esa noche descubriría que también tiene el pulso de una leona.