Javier Cevallos

Javier Cevallos
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Las


diabluras del Danzante

DAMIÁN DE LA TORRE AYORA •

Se divisa una silueta por la popular calle La Ronda en el Centro Histórico de Quito. Lleva sombrero, bufanda y una abrigada chompa para hacerle frente al frío mañanero. Su mano derecha jala una valija con ruedas, que no es otra cosa que el baúl de sus tesoros: allí se resguardan algunos de los trajes de los personajes que interpreta, es decir, allí se resguarda el propio Javier Cevallos Perugachi.


Él es el Diablo. Él es el Danzante. Él es el Estudiante de antaño y hasta a Montúfar ha personificado. Él es poeta y teatrero y, posiblemente, es la memoria más joven que tiene la ‘Carita de Dios’. Gringos y europeos, burócratas y jubilados, evangelizadores y borrachines, niños y grandes… Todos quienes han transitado por el Casco Colonial quiteño han visto alguna vez a Javier, así como a cualquiera de sus compañeros de la Fundación Quito Eterno, realizando un recorrido histórico y lúdico.


Su amor por el teatro y las letras –que se desarrolló en su barrio y en la casa, respectivamente- le vinieron desde guagua. “Mi papá se pasaba trabajando todo el día, pero la noche se daba tiempo para leernos. Recuerdo que nos leía ‘El Principito’ y tomaba los libros de Julio Verne. Así empezó mi relación con la lectura”.

Javier Cevallos
DANZANTE. Marca los sonidos del pingullo y el tambor.

El padre de Javier quiso que sus hijos se involucren con el arte, porque siempre deseó convertirse en pianista, actividad que no era válida por entonces en la familia. “Si mi abuelo era tinterillo, mi papá debía convertirse en abogado, y así fue”.


Claro que como todo padre, trató de cumplir su sueño con sus hijos. “Los cuatro hermanos acabamos inscritos en clases de piano y solo uno como que medio-medio aprendió”, dice Javier sin reproche, mientras menea la mano con un dejo de endiablada picardía.


El teatro, podría decirse, que se le pegó en la calle, como un presagio de lo que sucedería después. Con su amigo Jaime Sánchez (quien ahora es artista visual), “desde chiquitos” realizaban funciones de títeres en su barrio Villas Aurora en La Ofelia. Pero el teatro entraría con más fuerza en el Colegio San Gabriel, donde las artes escénicas le permitieron dejar atrás al chico introvertido.


Parecía que la tradición familiar debía primar, así que se fue a la Universidad Católica a estudiar Derecho: se jaló. Buscó mejor suerte en la Universidad Central, pero las leyes no terminaron de convencerle. Por allí, cual caballero de las tablas, se encontró con la Espada de Madera, que sería su gran escuela.

Javier Cevallos
DIABLO. En pleno Centro Histórico, su hogar, ‘tentando’ al público. (Foto: Christian Pérez)

Estudió Literatura y terminó dando clases, pero un día llegó Quito Eterno a su vida y no le quedó más remedio que vender el alma al mismísimo Diablo, personaje que le “conectó con la ciudad”. Javier se dedicó a hacer una disección de la misma y fue encontrando una serie de secretos que ahora son relevados cuando asiste a los grupos de turistas y a las familias que disfrutan de sus diabluras.


Si el Diablo le permite enseñar lo que está a su alrededor, el Danzante será el personaje que le permite hacerse una radiografía que indica todos lo que se produce en su interior.


Javier está en el ático de las oficinas de Quito Eterno y, con rapidez, se despoja del sombrero, la bufanda y la chompa para que el traje de aquellos bailarines de Zámbiza lo cubra. Toma el pingullo y el tambor de Cochasquí y, mientras va marcando el compás de los Andes, cuenta el proceso de su interiorización.


Su abuelo materno fue capataz, y pese a tratar bien a sus pares, le tocó ‘blanquearse’ a la brava en la hacienda. Ese proceso de ‘blanqueamiento’ –del que su abuela mulata también fue parte- es motivo de las mayores investigaciones y reflexiones que ha realizado Javier. Esto, porque quería encontrase consigo mismo y desenterrar sus raíces.


“El Danzante a través de la historia, de mi historia, cuenta el proceso duro y jodido del ‘blanqueamiento’, que es la negación tras la negación”.


Ya sin su traje, el Danzante asegura que quisiera ser indígena, pero hay varios factores que lo alejan. Eso sí, mucho más alejado está del ser mestizo, palabra que le “representa la negación de la negación”. “Yo soy runa, soy andino”, se define.


También lo define su poesía, esa que inició con una mirada aguda sobre los recovecos de la ciudad hasta versificar su levantamiento frente a la negación.

Javier Cevallos
Charla. Durante la entrevista, en las oficinas de Quito Eterno, donde contó su vida.

“Con ‘La ciudad que se devoró a sí misma’ expongo mi búsqueda y encuentro con la memoria de mi ciudad; con ‘C’ está esa búsqueda por la universalidad, que termina siendo un error; con la ‘Ofelia City’ hago una crónica de viajes que te permite comparar y valorar tu tierra. ‘Llaktayuk’ es el asumir lo que soy”, explica sobre sus poemarios.


Con un tono más reflexivo, como si tomara su rol de Estudiante colonial, Javier dispara: “La gran literatura y las grandes obras son reflexiones profundas de lo local. Yo no puedo entender a Faulkner sin el sur de los EE.UU. Imagina a Roa Bastos sin Paraguay. La negación y la vergüenza también pasa por lo literario”, sentencia este Diablo que danza en medio de las palabras.


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Perfil
Javier Cevallos Perugachi

Actor, dramaturgo, poeta e investigador (Quito, 1976). Es parte del proyecto educativo y turístico Quito Eterno. Es autor de los poemarios ‘La ciudad que se devoró a sí misma’, ‘C’, ‘Ofelia City & Llaktayuk’, y de la publicación de teatro ‘¡Repúbica! / Danzante’.