A pesar de los políticos…

La vida es invaluable y cada persona merece el respeto por su condición de ser humano. Nacemos para crecer, desarrollarnos y aportar a los demás; deberíamos vivir en comunidad con mínimos de solidaridad, entendiendo las normas del respeto a la vida de los demás, a la propiedad ajena, a las diferentes formas de pensar, a la diversidad étnica, geográfica y cultural.

Después del retorno a la democracia en 1979, hemos asistido a más de una decena de campañas electorales y en cada una, con mayor o menor sofisticación del márketing político, hemos escuchado las mil y una ofertas electorales; los políticos se han vestido de ovejas, para después aparecer de lobos.

Se ha convertido en un círculo vicioso “normal”: la campaña, el triunfo, la corrupción y el derrocamiento. Los mandatarios han hecho de la indecencia su conciencia colectiva, en la mente de muchos funcionarios públicos está el “sacrificio” de unos años de cárcel a cambio de una vida llena de lujos por los dineros mal habidos. La justicia y sus caminos ha generado “resistencia” entre los pillos de la política; algo así como el veneno para ratas que de tanto utilizarse ya no las mata o el medicamento que usado indiscriminadamente ya no hace efecto. Los políticos corruptos, son inmunes a la ley, les importa “un pepino” la dignidad o el buen nombre. A buena parte de la ciudadanía tampoco le importa el atraco ni el delito, cuanto la pena de no haber sido parte del botín.

En estas circunstancias no hay solidaridad, peor aún afanes de vida respetuosa y comunitaria; la dignidad del ser humano no cuenta para nada, no es importante el buen nombre, porque ese no da dinero, no así una vida suntuosa, aunque fuese producto del robo y la corrupción.

En este panorama los electores, desde hace décadas ya, seguimos buscando el menos malo; hemos perdido las posibilidades de elegir por una esperanza, por un porvenir mejor, cuanto por librarnos de males mayores.

Muchos nos preguntamos por quién votar, otros más por qué votar, o para qué. Es como que la vida se ha ensañado con todos y nos ha condenado a la ignominia. Hemos perdido la fe, al menos la confianza en todos los que aparecen de políticos. No tendríamos culpa si eso es cierto, pero lo que nadie nos debe robar es la ilusión de tener días mejores, de seguir construyendo nuestros afanes en función de quienes nos rodean.