Fragilis

Me fui andando, rápido. Caminando a velocidad intermitente. Poniéndome en marcha para la salida. Para correr. Saltar, insistentemente, beligerantemente, intensamente. Listo, en alerta.

Para la guerra. Para el caos, para la pandemia, para la pobreza, el hambre y la pena.

Y le escribí, le conté sobre lo mal que me sentía, de la noche con náuseas, mareado y temblando de pánico. Intentando controlarme y calmar de poco en poco la sangre, que fluye y refluye de forma caudalosa y apresurada por las venas. Le conté todo.

Ella, enternecida por la fragilidad del hombre corriente. Sonrió.

De repente, en un susurro predilecto me dice:

“Contrariamente a lo que la gente piensa. La fragilidad es de una belleza estética imprescindible… es bellísima. Casi poética… una oportunidad para respirar y hundir la cabeza en lo único que nos es precisamente humano…”

“Sin embargo, se nos demanda muchísima responsabilidad… la ignorancia es la terminación especificada del contrato de la vida… es en los momentos más frágiles en donde la ignorancia, el extremismo ideológico, la xenofobia, el racismo y la hostilidad de nuestras inseguridades se apoderan del sentido común e incluso… e incluso puede que opaquen a la humanidad que tenemos dentro, puede ser que dejen de testificar en pro de la paz, de la bondad y de la mismísima aleluya”.

– Muy peligroso – aseguro yo.

“No te apresures… no te obligo a entender el complicado concepto del diánoia. No… en efecto no tienes mucho tiempo, lo que te pido es que mires en tu interior” – apunta su dedo al vacío en mi pecho… “así recordarás que la fragilidad es quien nos invita a crear los bloques para nuestra fuerza de espíritu y comenzar de nuevo en la verdad única”.

Y así su voz pone sobre mi rostro la palma. Invitándome a crear nuevas expectativas, a enterrar mis pies sobre la tierra mojada del campo, invitándome a ser planta verde, fecunda… porque en la fragilidad del nuevo brote… siempre está la esencia de la vida.