Análisis de la negación

Mario José Cobo

Veo como se sobresalta, sus ojos se abren y miran con mayor atención todo lo que sale de mi boca. Sus pupilas se dilatan, su garganta traga saliva y la piel del rostro se tensa… el pulso se agudiza y sus manos sudan mientras aprieta los pulgares contra el puño.

Tiene miedo… pavor.

No puedo dejar de sentir una ligera sensación de satisfacción al ver su reacción irracional, respuesta inherente a un mecanismo biológico y un aparato pulido durante un par de billones de años. Me siento un poco culpable pero divertido, evito sonreír.

Sé que mi adversario se ha quedado sin argumentos. Solo le queda escuchar.

Es interesante cómo funciona el mecanismo del cerebro. Como… unas palabras bien articuladas y el reflejo de una realidad inminente, tienen la capacidad de romper con la capa más profunda y crucial de toda la estructura neuronal.

La amígdala, un arreglo muy pequeño, casi insignificante de nuestro sistema límbico, capaz de desembocar un huracán de reacciones químicas fortísimas, un caleidoscopio de emociones, una alarma que avisa al sistema nervioso de un recurso tan crucial como básico para la evolución: el huir.

“¡Cobarde!” pienso.

Continuo con mi explicación y le voy contando como es demasiado tarde, que cada vez son más los expertos que caen en el pesimismo de la irreversibilidad y la agonía de una batalla perdida ante los necios. Como todos los días 150 especies se extinguen, y como los niños ahora nos reclaman muertos de ira por haberles arrebatado su futuro… “todo sea por el cuento de hadas del crecimiento económico infinito”. Mentira. “nuestros recursos son limitados”.

Es presa del pánico, estoy seguro de que a su mente le vienen las imágenes de sus hijos ¿o tal vez nietos? No, hijos… seguro, no hay tanto tiempo. Va acelerando su respiración, y la musculatura del cuello y la espalda empiezan a tensarse. Por su frente, una gota pequeña de sudor cae casi imperceptible.

“Estamos dentro de la crisis climática” le aseguro. Él sólo puede negar con la cabeza.