Ocaso de los genios

Daniel Márquez Soares

El pasado de nuestra especie está llena de genios sobre los que sabemos muy poco. Ni siquiera sus más afamados biógrafos, convivieron con Alejandro Magno, Galileo, Napoleón o Edison. Lo que se ha recabado sobre ellos podrá decir mucho de sus conquistas, inventos o ideas, pero menos sobre su carácter, forma de ser o de hablar de lo que se pudiera deducir de unas cuantas horas de grabación o de unas pocas presentaciones en vivo de las que hoy son tan comunes.

Incluso acerca de personajes relativamente recientes, como Einstein, Mao o Tesla, hay muy poco material que permita apreciarlos en directo y, asimismo, esos contenidos suelen mostrarnos a sujetos decepcionantemente humanos. Esta ausencia de información permitía, irónicamente, que resultara muy fácil edificar leyendas que versaban sobre sujetos iluminados, incorruptibles e infalibles.

Hoy el mundo es despiadadamente transparente. Las supuestas autoridades, sabios o eminencias grises están expuestas a un escrutinio permanente. Es posible acceder a sus intervenciones, entrevistas y conferencias; cada palabra que sale de su boca o de su pluma puede ser contrastada en un santiamén con las mejores publicaciones y autoridades del ramo; cada error, desliz o imperfección es percibido por todos y quedará almacenado para la posteridad.
El resultado es un mundo sin héroes ni genios. Cada vez que el autor de algún escrito o productor de algún programa empieza a parecernos una suerte de ser superior, basta que empecemos a hurgar su obra y sus pronunciamientos en detalle para concluir que se trata de un humano apresurado y falible más. Como todos nosotros.

Muchos sienten nostalgia de ese pasado de héroes. No se trata de un tiempo lejano con seres mejores, sino de una época en la que el silencio y la ignorancia permitían que cundieran las mentiras. El presente puede resultarnos cruel; es imposible aspirar a convertirnos en leyendas cuando somos confrontados por la infinidad del conocimiento y nuestra irrelevancia. Sin embargo, también es un excelente antídoto contra la tiranía; la abundancia de información hace menos probable que terminemos entronizando a demagogos y farsantes.

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