Los pecados del alma

Carlos Freile

En un artículo publicado hace varios días en un diario porteño leo esta afirmación que me ha dejado estupefacto: “Pero no se señalaba que era pecado la injusticia, la corrupción, la subyugación. Se condenaban los pecados del cuerpo para salvar el alma, pero no los del alma”, dicho, como es notorio, en referencia a la Iglesia Católica.

Estas afirmaciones caen dentro de los pecados del alma, pues esta busca la verdad y ellas son falsas; también porque calumnian a muchísimas personas que han vivido a lo largo de dos mil años; por último porque es delito del alma en un historiador no acercarse a las fuentes para a partir de ellas opinar con conocimiento de causa e imparcialidad.

Marc Bloch, prestigiosísimo historiador marxista, de origen judío, demostró que la esclavitud antigua desapareció por obra de esa Iglesia “que no condenaba los pecados del alma”. Rodney Stark, sociólogo no católico, prueba con centenares de evidencias que esa misma Iglesia dignificó a la mujer en el mundo grecorromano, y condenó las injusticias contra ella y los más débiles, entre otros puntos prohibió los matrimonios de niñas impúberes.

Nuestros archivos están llenos de las denuncias y condenas de clérigos de todos los niveles, obispos, presbíteros, religiosos, contra “los pecados del alma”; Pedro de la Peña se reservó los pecados de injusticia cuyas víctimas eran los indígenas, excomulgó a los encomenderos culpables de malos tratos; Luis López de Solís conminó al mismo Rey a devolver plata sacada de las cajas de ahorro de los indígenas.

Alonso de la Peña señaló la obligación de resarcir los daños provocados por accidentes de trabajo, de pagar salarios justos y vitalicios a los perjudicados. Varios curas de Riobamba, de Cuenca, de Quito, clamaron contra la mita y contra los abusos de los cobradores de tributos, de los hacendados, de los comerciantes. Más tarde José M. Pólit y Federico González S. condenaron la multiforme explotación de los pobres. Pío X escribió una durísima encíclica contra los abusos a los indígenas en nuestra América. Y podría seguir.

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