Despojos coloniales




Hace unos 4500 años, se levanta en el Egipto faraónico, el primer obelisco conocido, una estructura que se convertirá, junto a las pirámides y la Esfinge, en una verdadera “marca de fábrica” del antiguo Egipto.

Durante la varias veces milenaria historia del país del Nilo, en su etapa más tardía, desde el primer milenio AC, cuando el gran poderío del Imperio entra en declive, al ser conquistado, sucesivamente por asirios, hicsos, persas, macedonios y romanos, los conquistadores se dedican a coleccionar algunos tesoros de la escultórica egipcia, y llevársela a sus países de origen.

Roma, a la cabeza
Posiblemente quienes más agresivamente lo hacen, son los romanos, que se llevan, además de esculturas y piezas de arte, obeliscos completos para decorar la ciudad de Roma, poseedora hoy de la mayor concentración de obeliscos del mundo, con 8 de estos monumentos repartidos por toda la urbe. Otros más fueron construidos en la urbe, utilizando a los traídos de Egipto como modelo. Tal vez el más famoso es el que está en la Plaza de San Pedro, en el Vaticano.

¿Souvenirs?
Con el transcurrir de los siglos, algunos otros obeliscos fueron trasladados, a Londres en el siglo XIX, como regalo del gobierno egipcio, conocido como la “Aguja de Cleopatra”, que data de 1500 años AC, a Paris, el de Luxor, que data del 1300 AC, también un regalo de Egipto, sacado del atrio del Templo de Luxor, a Constantinopla, el de Tutmosis, también del siglo XIV AC, trasladado en el año 390 a la capital del Imperio Bizantino, por orden del emperador Teodosio.

Robo puro y duro.
Vemos en acción unas voluntades imperiales que deciden, por sí y ante sí, llevarse a sus metrópolis las creaciones culturales de unas sociedades que habían alcanzado sus cimas mucho antes que quienes, miles de años más tarde, se las llevan como curiosidades o tal vez, elementos decorativos. Los “regalos” del gobierno egipcio, a Londres y París, se los puede leer hasta como un tributo a potencias que pueden, de alguna manera, convertirse en defensoras de un proyecto de secesión de Egipto respecto del Imperio Otomano.

Diccionarios
La egiptología se desarrolla muchísimo a lo largo del siglo XIX, impulsada en gran medida por la revelación del antiguo idioma egipcio, con el descubrimiento de la piedra Rosetta, que abre al mundo moderno una ventana al pasado remoto. La piedra fue descubierta en 1799, con la invasión francesa a Egipto. Con la capitulación de las fuerzas francesas ante los ingleses en 1801, la piedra fue trasladada a Londres, donde se exhibe, en el Museo Británico, desde 1802, donde será descifrada por Champollion años más tarde.

Códigos, Puertas y Bustos
El famosísimo busto de Nefertiti, la esposa del faraón Ajenatón, revolucionario impulsor del monoteísmo en el Egipto antiguo, hallado en las excavaciones alemanas de Amarna, en 1912, se exhibe en el Nuevo Museo de Berlín.

En el museo del Louvre se exhibe el Código de Hammurabi, la más antigua compilación legal de la que se tiene registro en la historia, ordenada por el emperador acadio homónimo 1750 años AC. De la misma Mesopotamia, se recuperan fragmentos cerámicos por parte de arqueólogos e investigadores alemanes, que los trasladan a Berlín, para ser limpiados y rearmados, logrando devolver su esplendor a la Puerta de Ishtar, una de las principales en la ciudad de Babilonia, que llevaba al templo de Marduk, construida hace 2600 años.



Congreso Internacional de Orientalistas, en 1874, ante la Piedra de Rosetta.

Del mito a la historia
Que decir de las obsesiones del alemán Heinrich Schliemann, descubridor de la, hasta esas fechas, mitológica Troya, la de unos héroes y unas hazañas consideradas por historiadores y arqueólogos formales, nada más que como imaginaciones literarias, o relatos míticos. El famoso tesoro de Príamo terminará en el Museo Real de Berlín, tras ser sacado subrepticiamente por Schliemann de Grecia, provocando un airado reclamo del gobierno otomano, que finalmente autoriza su salida, previo pago de una multa de 10 mil francos de oro al museo de Estambul, multa que Schliemann paga, multiplicada por 5, con la cesión adicional de varias piezas del tesoro para que fueran exhibidas en dicho museo.



Heinrich Schliemann bjunto con visitantes en Micenas, en el descubrimiento de Troya y sus tesoros.

Un segundo expolio
Al final de la II Guerra Mundial, el tesoro sufrirá la ignominia de ser saqueado por segunda vez, por las fuerzas soviéticas, siempre tan propensas a la rapiña, que lo trasladan a la

URSS, al museo Pushkin. Durante años, la URSS negó conocimiento alguno sobre este inestimable tesoro, hasta que, tras el glásnost, terminarían admitiendo que se lo habían llevado y estaba en los sótanos del museo Pushkin. En 1998, la Federación Rusa aprobó una ley por la cual, bajo ninguna circunstancia y en ningún tiempo, los bienes producto del saqueo de Alemania al final de la II Guerra Mundial, se podrían devolver a sus propietarios.

Podríamos continuar citando casos y más casos acerca del expolio de elementos varios de la cultura y hasta identidad de los pueblos que han caído bajo el dominio de potencias o Imperios emergentes. América sufrirá no sólo el expolio, sino también la destrucción, por motivos religiosos, de invaluables códices y tesoros culturales, vistos como inspirados por demonios por un catolicismo cerril.



Entre 1801 y 1805 Lord Elgin arrancó metopas, el friso interior del Partenón y se llevó a Inglaterra diversas estatuas.

Tensión anglo – griega
Estas observaciones y reflexiones me sirven de marco para comentar el impasse que se ha producido entre el primer ministro griego, Kyriakos Mitsotakis, y el premier británico Rishi Sunak, programada para inicios de la semana, y que fuera intempestivamente cancelada por Sunak. La suspensión, sin una explicación oficial de por medio, se supone que se origina en comentarios del mandatario griego acerca de los Frisos del Partenón, que se exhiben en el Museo Británico desde 1839, y reclamados por diversos gobiernos griegos, que han manifestado con razón, que para Grecia el Partenón es su mayor símbolo de su cultura e identidad nacional.

“Mármoles de Elgin”
La adquisición de los frisos, a los que el gobierno o el Museo Británico, evitan llamar por su nombre, denominándolos como los “mármoles de Elgin”, en referencia al conde de Elgin, que los compra a alguien, según el conde, quien presenta un “firmán” del gobierno otomano, que ejercía soberanía en aquel entonces sobre Grecia, que, según investigaciones recientes, mostraría varias inconsistencias. Los recibos de “gastos” que Elgin presenta como justificativos para ser reembolsado, parecerían ser en realidad pago por sobornos a funcionarios, para conseguir trasladar los frisos a Londres. No habiendo una evidencia sustentable de un legítimo vendedor, el argumento principal del Museo y del gobierno británico, para negarse a devolver los frisos reclamados por Grecia, se derrumba, puesto que se trataría de un proceso esencialmente ilícito.

“Vándalo”
El poeta Byron, un admirador entusiasta de la Grecia clásica, que se jugó la vida y la perdió, luchando por la independencia griega, calificó a Elgin como un “vándalo” por la manera en que sustrajo las extraordinarias esculturas que adornaban inicialmente el Partenón, obra de uno de los más notables escultores de la Grecia clásica, el gran Fidias.

Ciertamente, en un momento en que por todo el mundo se reivindica el rescate de valores culturales y el respeto por la diversidad y las identidades de los pueblos, se le pone cuesta arriba al gobierno británico, y para el caso, a cualquier gobierno, el ponerse a enfrentar un reclamo, de la solidez legal, pero, sobre todo, moral, que presenta el gobierno griego, con el más amplio respaldo de todo el espectro político del país. La actitud asumida por el primer ministro Sunak, ha sido duramente criticada, por el fondo y la forma. Pretender que otro primer ministro, de idéntico rango al suyo, se reúna con un funcionario de rango menor, porque el no quiere hablar sobre un asunto que le incomoda, es, de entrada, una grosería y una grave falta al protocolo más elemental.

Ubicarse
Como que Sunak no ha entendido que las circunstancias y los momentos que le permitían al Imperio Británico actuar como le pareciera más conveniente, hace un buen tiempo quedaron atrás. Tras su Brexit, la Gran Bretaña no quedó tan grande, habida cuenta la gran insatisfacción existente en Escocia y su intención de ir a un nuevo referéndum por la independencia, así como el desinterés de la Irlanda del Norte por perder su comercio con la UE a través de su vecina, la República de Irlanda, que es parte de la UE. No sería descabellado pensar, en un plazo no lejano, en una más bien Pequeña Bretaña, integrada apenas por Inglaterra y Gales, salvo mejor criterio de este último.

Arrogancia trasnochada.
La arrogancia de Sunak, que es también la del Museo Británico, en lo esencial, responde a dos factores, que se pueden comprender dentro de un ethos imperial difícil de superar para un Estado que ejerció, durante cerca de dos siglos, un poder muy por encima de sus posibilidades demográficas. La primera, el aceptar que su tiempo de gloria había llegado a su fin, con las implicaciones de tal realidad en cuanto a sus capacidades, y segundo, concluir la I Guerra Mundial, cuando empezó a verse la declinación del Imperio, por el ascenso de los Estados Unidos a la preeminencia en el control financiero, al convertirse en acreedor principal de una Europa devastada, la dificultad para la aristocracia británica, de aceptar su declive y pretender vivir en la apariencia imperial. Kipling, desde lo literario, y Winston Churchill, desde lo político, encarnan ese nostálgico empeño imperial.

Aceptar el cambio.
Con la Segunda Guerra Mundial, debería haber desaparecido cualquier devaneo imperial, con la pérdida de la joya de la Corona, la India, que en 1948 se separa de la Gran Bretaña, seguida de otras colonias a lo largo del mundo, pero aquellas memorias de grandeza son difíciles de olvidar y archivar. La Sra. Thatcher se embarcará en un conflicto lejano y costoso, por unas islas sin mayor trascendencia en el Atlántico Sur, y en 1997, deberán entregar Hong Kong, tras 150 años de ocupación, luego de imponer, en sus términos a China, la posesión de la isla por ese plazo, luego de las Guerras del Opio. Su último baluarte en Asia dejaba de existir, como había sucedido con Aden, Omán y sus colonias africanas.

Valorar lo hecho.
Es de justicia comentar que las inapreciables investigaciones y trabajos arqueológicos que el mundo europeo lleva adelante a lo largo de los siglos XIX y XX, incluso en parte del XVIII, contribuyeron a salvar importantes tesoros culturales en muchas partes del mundo, a la vez que sacan a la luz culturas que habían quedado ocultas por milenios, y que habrían así permanecido, de no ser por la pasión de arqueólogos e historiadores por reconstruir el pasado, para entenderlo y valorarlo. Cómo no valorar los descubrimientos de Knossos por Arthur Evans, de Uxmal, por Stephens a partir de 1841, o de Hiram Bingham, que revela al mundo la majestuosa Machu Picchu en 1911. Como no valorar el descubrimiento de Carter de la tumba de Tutankhamen o los trabajos de Woolley en la revelación de Ur, la bíblica Ur de los caldeos.

Curaduría temporal.
Como no agradecer el rescate de millones de piezas arqueológicas y su exhibición en los museos del mundo, para su conservación y cuidado. Pero esta labor debe entenderse como una misión de preservación temporal, hasta que sus titulares culturales se puedan hacer cargo responsablemente de su legado.

Es lamentable el constatar, en una serie de eventos terribles durante los últimos 20 años, las muy fundadas dudas respecto de esas capacidades, ante el aumento exponencial en el tráfico de joyas arqueológicas en todo el mundo, y peor aún, en la destrucción, por motivos religiosos, de unos monumentos invalorables, como fuera el caso de los Budas de Bamiyan, destruidos a cañonazos por los fanáticos talibanes en Afghanistan, en marzo de 2001, o por la destrucción premeditada de templos y edificios, por ISIS, al considerarlos paganos, en la antiquísima Palmira, luego de asesinar y decapitar a Khaled al Assad, el arqueólogo sirio a cargo, por muchos años, de las excavaciones en el área. Tras matarlo, lo colgaron de los pies en una columna.

Serían estos mismos energúmenos quienes destruirían y saquearían el Museo de Mosul, e incendiarían su biblioteca, tras robar millares de manuscritos y ponerlos a la venta a través del mercado negro, al igual que cientos de piezas arqueológicas milenarias, como medio de financiación. En la misma ciudad, la rica biblioteca universitaria fue dinamitada con todos sus miles de libros dentro, perdiéndose para siempre.

Los imbéciles, sueltos
El imbécil furor religioso de los fanáticos, se ensañó con la increíble historia de la Mesopotamia, la cuna de la civilización, de la que el peor oscurantismo había hecho olvidar a sus herederos. Quien sabe cuánto mejor habría sido que esos tesoros hubieran estado a buen recaudo en los museos del mundo, a salvo de los nuevos bárbaros, que andan por ahí, sueltos por el mundo.